Las páginas dominicales de El País de hoy publican una entrevista con el Abad de Montserrat, Josep Maria Soler, que resulta un alivio en medio de la barahúnda nacionalcatólica que nos ha venido encima. "Un sector de la jerarquía católica tiene nostalgia del nacionalcatolicismo", dice el abad de la comunidad benedictina, quien no es precisamente un rojo sino un ciudadano que podría situarse en el centroderecha.
Uno, que no cree en absoluto en ese nefasto "cuanto peor, mejor", no desea que la iglesia católica derive hacia posiciones ultramontanas. Esto nunca ha beneficiado a las fuerzas de progreso en nuestro país, y no va a hacerlo ahora. Un sector católico progresista, en tiempos de Pablo VI, fue decisivo para que el antifranquismo fuera un amplio movimiento ciudadano; un catolicismo abierto, hoy, debería beneficiar igualmente a los ciudadanos en general, de otras confesiones o sin ella. La posición reaccionaria de parte de la jerarquía española y de bastantes sectores de la iglesia contrasta fuertemente con la enorme capacidad del catolicismo romano para aportar paz, diálogo y buena voluntad en todos los sectores de la sociedad y de todo el mundo. Cualquier demócrata y cualquier persona de buena voluntad debería favorecer posiciones como las del padre Soler.
He aquí algunos respuestas de la entrevista que merece la pena destacar:
La Iglesia debe aprender a situarse en otro contexto social, y ese contexto, según la Constitución y desde la separación entre la Iglesia y el Estado, e define como un verdadero Estado laico que supone eso: una separación real entre lo que es el Estado y su lógico derecho a promulgar leyes, y lo que es la Iglesia y la misión de la Iglesia, que no tiene esa capacidad legislativa. Eso no quiere decir que la Iglesia deje de decir lo que crea que debe decir en relación con la dimensión trascendente de la persona, porque eso es enriquecedor para sociedad, pero teniendo siempre presente que en un Estado aconfesional o laico, la voz de la Iglesia es una voz que no puede imponer sus criterios a los legisladores.
Querría creer que tienen miedo a que se pierdan determinados valores, aunque también les preocupa ver cómo se les va de las manos el poder que tuvieron. Pero creo también que lo que quieren es mantener una manera determinada de entender España. Y también hay un proceso que a ellos, a la jerarquía católica más conservadora, les preocupa muchísimo, yo diría que les desborda realmente, que es el proceso de secularización de la sociedad española. La cuestión sobre la que se debe interrogar la Iglesia no debe estar en relación con lo que ellos identifican como crisis de fe, sino en responder con honestidad a la pregunta de por qué no hemos sabido conectar el mensaje del Evangelio con las inquietudes de la gente. Eso es lo que debería preocuparles, lo que debería preocuparnos a todos. Desde mi punto de vista, ha fracasado el lenguaje, el planteamiento demasiado intransigente de ciertos temas que angustian al mundo moderno, y, sin duda, el no aceptar que, al final, el hombre decide libremente sobre su vida, diga lo que diga la Iglesia. Hoy, la Iglesia no está presente en la sociedad y, lo que es peor, cuando está presente, lo está de modo inadecuado, cuando no ridículo.
Porque no saben hacer otra cosa. Porque es más complicado, más exigente, proponer a la persona de Jesús desde un planteamiento de inteligencia que no repugne la racionalidad, porque se ha prescindido del respeto a la naturaleza superior de la condición humana. Y, bueno, quizá no en todas partes ha sido así, porque la concepción mágica del hecho religioso ha sido más fácil de introducir en Galicia que en Cataluña. Desde mi punto de vista, el concepto mágico prostituye la verdadera naturaleza de la fe, que es una adhesión racional, desde la afectividad y la inteligencia, a una creencia. Muchos problemas que hoy tiene la Iglesia se deben a la crisis del recurso a lo mágico, que hasta ahora apuntalaba unas verdades incontestables. Unas verdades que no sólo son contestadas por parte del hombre moderno, sino que, sencillamente, se desmoronan. No existe un Dios tapaagujeros, ni un Dios que soluciona problemas.
Por ejemplo, en el tema de la COPE, que yo ya no la escucho, he hecho algunas gestiones en el Vaticano, en la Nunciatura, y firmé un documento que se envió a la Conferencia Episcopal protestando por sus contenidos. Creo que es lamentable que los obispos no tengan el coraje de poner freno a la estrategia de envenenamiento de la sociedad que llevan a cabo los más destacados colaboradores de la emisora. Así lo dije y lo sigo diciendo, y me parece muy triste que no haya una mayoría de obispos que tengan el valor de poner fin a una situación que contradice y repugna abiertamente los valores del Evangelio y también los de la convivencia democrática. Me atrevo a decir que los obispos mantienen la COPE en esos niveles de beligerancia porque les interesa mantener, también, lo que ellos pueden considerar una situación de equilibrio con... con la SER, aunque pienso que la SER no es tan radical como la COPE... En definitiva, la Conferencia Episcopal mantiene la COPE como está por una estrategia política y no eclesial.
Es verdad que Montserrat ha pasado por ser, en el imaginario popular, un referente del nacionalismo, pero la realidad es mucho más amplia porque aquí han nacido muchas formaciones políticas de muchas tendencias, y porque aquí se han defendido los valores democráticos de forma comprometida y abierta. Equiparar Montserrat a nacionalismo es una visión reduccionista. Como todo monasterio benedictino, Montserrat está muy enraizado en la cultura catalana y su lengua, pero no en contraposición o en confrontación con otras cosas. En cualquier caso, quiero decir, rotundamente, que ese temor a la desunión de España por parte de un amplio sector de la jerarquía católica, esa ofensiva contra lo catalán que también se hace desde el ámbito de la derecha política, no corresponde a la realidad ni a lo que siente la inmensa mayoría del pueblo catalán.
Creo que la jerarquía católica tiene la convicción de que hay que defender lo que ellos llaman la unidad de España, que, según ellos, los nacionalistas quieren romper. Ellos mantienen que la unidad de España, según ellos la entienden, claro, es un bien moral, lo cual es absolutamente falso y no tiene base teológica. Pero lo más importante es que, desde mi punto de vista, la Iglesia no debe quedar identificada con ningún partido concreto, en este caso con el PP como lo está haciendo. Lamentablemente, la mayoría de obispos creen que los nacionalismos ponen en peligro la unidad de España, y eso no es así. Una cosa es la unidad de fe, y otra muy diferente, el tema de la organización política de una sociedad, de un Estado que puede tomar mil formas.
Alguien dijo que, si Catalunya fuese protestante, hace años que sería independiente. La "unidad de fe" es un elemento muy importante en la unidad de España, mucho más de lo que podemos creer. Tal vez fue Pere II el que lo estropeó todo, dejándose machacar por los cruzados cuando fue a socorrer a sus vasallos cátaros (por esos azares de la vida, fue enterrado en el monasterio de Sigena, que siglos después vería nacer a Servet, dos hombres que creían ser más ortodoxos que nadie y que fueron acusados de defender herejías). En cualquier caso, tienen sus razones los obispos para mantener esa ideología, fuente de prebendas en el pasado y de mantenimiento de los privilegios que les quedan en el presente. Y vergüenza para los Gobiernos socialistas desde 1982 que poco han hecho para resolver el tema y avanzar hacia un verdadero estado secular. Ahora se encuentran con estos lodos por no haber barrido el polvo en su momento.
Publicado por: Jaume | 28/08/06 en 18:45
Los católicos progresistas catalanes se "protestantizaron" a partir del Vaticano II. Cuando Juan Pablo II dio marcha atrás al concilio, no creyeron que fuera para tanto y la normalización les pilló a contrapié, pues pensaban que podrían seguir siendo una Holanda católica mediterránea. La cultura paralela que habían construído no se reflejaba en la realidad eclesial global: de ahí la sensación de estupor que aún se percibe en publicaciones como Foc Nou. La reacción del abad Soler es muy importante, pues demuestra que el nacionalcatolicismo español es letal incluso para el catolicismo conservador catalán. Ricard Maria Carles tuvo que irse tras dejar no sólo su diócesis hecha unos zorros; Soler llegó a la abadía montserratina para "poner orden" entre tanto progre, después de haber sido visitador apostólico. Ahora es él quien ya no puede con ellos. Pero la estructura sociocultural del catolicismo progresista catalán ya está destruída y no puede recomponerse entre las tensiones de la postmodernidad líquida, cuando el problema no es el laicismo sino un indeferentismo que afecta no sólo a las creencias religiosas sino a los valores.
Publicado por: Gabriel Jaraba | 31/08/06 en 17:11
Los catalanes somos especialistas en crear mundos paralelos. No es sólo los católicos: examina a "prestigiosos" intelectuales "nostrats", habituales de tertulias y que ven a Esquerra como unos chicos timoratos y acomodaticios. O las recientes conversaciones que uno oye en la radio sobre la esencia profunda de lo que significaría tener alguien como Montilla en la Generalitat, o (el definitivo despiporre) la discusión sobre si Ikea debería regalar su catálogo en catalán o incluso dejar de hacerlo en castellano (???). Nuestros amigos católicos progresistas formaron su burbuja en los tiempos de Jubany, y desde hace unos años les pasa que esperaban que el Espíritu soplase hacia la izquierda, pero se encontraron primero con Carles en casa, y ahora con Ratzinger en Roma. No es necesario hacer desconstrucción de El Ciervo o Foc Nou para darse cuenta de su ingenuidad primero, y de su perplejidad ahora. Al menos, no obstante este Papa es conservador pero es inteligente y de pensamiento articulado, lo cual en estos tiempos, sea alguien de izquierdas, derechas o supratranscendental, siempre se agradece, aunque sea para disentir a gusto.
Publicado por: Jaume | 02/09/06 en 2:17