(Clip promocional de Love)
Coinciden dos revivals inquietantes: Beatles y Bond, James Bond. Presentación del espectáculo Love del Cirque du Soleil con la música beatliana remezclada por George Martin y su hijo. Estreno de una nueva Casino Royale con Daniel Craig sentado en el trono de Sean Connery. Es como una pesadilla, una broma pesada de la postmodernidad líquida que nos devuelve los iconos de los modernos 60 envueltos en nieblas fantasmales. Creo que es algo muy distinto de un revival; en la postmodernidad líquida no hay lugar para ellos: se convierten en algo parecido a un mal trip, una visión en estado de duermevela, un trompe l'oeil, un paseo por un salón de espejos de un parque de atracciones.
He ido escuchando por ahí algunos fragmentos del max-mix de los Martin, y si todo es como eso, se tratará de un inane juego manierista. O algo peor: desproveer de toda intención y genio a los distintos matices musicales que los Beatles fueron hallando en su persecución de lo imposible que acabó en estallido. Ahora que tenemos cierta perspectiva, vemos que el modelo de la música pop era la ópera; las letras del pop inglés de los 60 son tan estúpidas como los infumables libretos de las historietas de amor y desamor que se representan en los escenarios operísticos. El pop buscó lo que buscaba Verdi: representar la nueva energía vital de un pueblo (o una generación erigida en tal) y fueron los Who quienes inventaron el disco conceptual y la ópera pop; Tommy, el as del juego del millón sordociego es un héroe que representa ese esfuerzo de superación y redención tan verdiano.
La exploración sonora beatliana iba por caminos semejantes. Las guitarras y la batería no eran suficientes para conseguir la lírica hipertrofiada de un pop en busca de convertirse, como la ópera, en un arte total. Pero nunca hubo nada gratuíto en lo que primero fueron tímidas ilustraciones musicales que asomaron en Rubber Soul --el clavicordio en In my life, la cítara en Norwegian wood o el bajo distorsionado en Think for yourself-- y eclosionaron en el delirio psicodélico de A day in the life. No fue gratuíta la cítara de Ravi Shankar sino la búsqueda de una expresividad lírica que necesitaba saltar por encima del pentagrama occidental, ni lo fue la charanga de Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, para sugerir una mirada tierna hacia el entretenimiento popular británico de calle y circo que en realidad era un claro mensaje: buscamos el nuevo entretenimiento popular, espontáneo y total, somos la nueva kermesse de las nuevas generaciones, reconocemos nuestras raíces en la lírica de las alegrías y penas de la vida cotidiana y el plácido transcurrir de la vida cotidiana, explicado en When I'm sixty four, Penny Lane o Obladí, obladá. Nadie como los Beatles y Pink Floyd aspiraron al espectáculo total que residía en el corazón de la gran promesa lírica pop.
El mundo sonoro de los Beatles no son ilustraciones musicales, divagaciones con juguetes musicales o piruetas circenses para levantar oooohs! de admiración. Visto con perspectiva, todo está en su sitio. Salieron al cine con Richard Lester en busca de un modo posible de hacer en los 60 y en su papel lo que antes hicieron los hermanos Marx, y aportaron la enorme energía de A hard day's night, all my loving o Tell me why; persiguieron un nuevo estilo de aventuras audiovisuales no sólo en Help! sino en Magical Mystery Tour, una insólita experiencia en televisión; quisieron llevar a los dibujos animados la nueva fantasía psicodélica con Yellow Submarine (y los Monty Python lo hicieron tan bien que remataron la faena); inauguraron las emisiones de Mundovisión con All you need is love, de modo que sus voces y su estilo coral estuvieron al servicio de un himno que no sólo se remonta a Verdi sino a Beethoven y Mozart (ese himno hippie parece un canto masónico), y tras Sgt. Pepper''s explotaron porque la persecucion del mensaje total era asfixiante y no se puede aguantar semejante tensión.
Por ese motivo los Beatles no fueron genios; si lo hubieran sido hubieran hallado lo que buscaban, como lo hallaron, en sus respectivas medidas, Mozart, Beethoven, Verdi o... Wagner. La ópera total de la era total ha sido imposible. Por eso los fragmentos del estallido han desaparecido de escena (Emerson, Lake and Palmer, Supertramp, Genesis) y llegó la new wave y el punk; a la carga otra vez con las guitarras, entre la bronca y el norromanticismo (el punk también es romántico, véase Frankenstein).
Por eso es importante comprender la coherencia del significado de todas las piezas de los micromosaicos beatlianos. Y subrayo lo de la voluntad de construcción de mosaicos; véase la portada de Sgt. Pepper's, que nos presenta a los rostros del siglo, desde Marilyn hasta Sri Yukteswar, el gran yogui y ser realizado que fue el ancestro espiritual de Paramahansa Yogananda y Vivekananda, los primeros yoguis modernos ilustrados y progresistas de la modernidad, con Sri Aurobindo. Esa portada coral indica la voluntad beatliana de erigirse en coro de la humanidad, es un aquí estamos en toda la regla. Pero la misión era imposible, y no sólo por razones de relaciones personales, o por divismo artístico, o por las trampas de la industria del espectáculo y la fama. Los Beatles eran modernos y no postmodernos: querían también asaltar el cielo, como todo héroe moderno que se precie, traspasar las puertas de la percepción y sanar la herida fruto de la escisión entre lo individual y lo colectivo, lo material y lo espiritual, lo cotidiano y lo trascendente; ir al rescate del niño (interior) que uno fue; llamar a la paz de las naciones y de los corazones y señalar hacia un mundo --¿Pepperland?-- donde se realiza el Apocalipsis de nuestra cultura cristiana: "Y vi un nuevo cielo y una nueva tierra". En plena posmodernidad, la tensión continúa, soterrada, porque la promesa que Juan vió en Patmos está viva. Mientras, las mezclitas de los cojones perpetradas por el hijo de George Martin (éste no se ha enterado porque se ha quedado sordo) indican que aún hay gente que no se ha enterado de nada.
hola
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Publicado por: V | 26/05/08 en 12:39