Según un estudio científico, los optimistas viviremos más años que los pesimistas. (Vía: Martín Varsawski). Lo digo en primera persona porque siempre he sido y sigo siendo un optimista. Estoy convencido que una de las razones de la desorientación de la izquierda es haber perdido --en gran parte, al menos-- el espíritu optimista que caracteriza forzosamente toda opción progresista. Corresponde a la derecha ser pesimista, y lo vemos nuevamente en su actitud en los últimos sucesos de la política española. El periodista Antonio Franco acierta cuando considera un enfermo a Jiménez Losantos; es tarea de los reaccionarios sembrar desazón para descorazonar a la gente (en el sentido literal del término). Cuando se pierde el corazón --la cordialidad-- se pone el interés egoísta primero y son los gestores del egoísmo quienes se imponen.
La izquierda ha confundido el espíritu crítico con la mirada sombría y el catastrofismo. No hay camino hacia adelante sin alegría de vivir, o por lo menos, deseo de trabajar para que esa alegría se manifieste. La llegada de la demócrata Nancy Pelosi al tercer cargo institucional en importancia de Estados Unidos está marcada no sólo por la firmeza en sus convicciones sino por una actitud simpática, serena y cordial, la misma que vemos en Michelle Bachelet. Las revoluciones históricas se hicieron con himnos y canciones, La marsellesa en 1789 y La carmagnole en la comuna de París. Pero más tarde se dio pábulo a cierto tenebrismo que aún sigue imponiéndose.
Vemos ese tenebrismo en fenómenos nuevos como el miserabilismo pseudoecologista. Ciudades oscuras, con poca iluminación igual a consumo de energía responsable. Pues no, señor: iguales a ciudades tras el antiguo telón de acero; los letreros luminosos y los escaparates atractivos son signo de paz y prosperidad. Aquí hay un olvido garrafal: las ciudades iluminadas son una conquista de la democracia porque suponen la ganancia de la ciudad como espacio seguro y abierto a todos cuando la noche ya ha caído. Los paseantes normales necesitan la luz y la alegría en los espacios públicos, los privilegiados ya tienen sus espacios privados protegidos.
No podremos defender la racionalidad de un modelo de civilización ecológicamente sostenible si no nos desprendemos del miserabilismo y del milenarismo. Los científicos dicen que el cambio climático es un hecho. Yo creo en la ciencia, pero no tanto en los científicos. Les exijo a estos que hagan ciencia con un ojo puesto en la declaración de los derechos humanos y otro en las enseñanzas de la historia. El método científico no es la validación última de lo que es deseable para el hombre, sino esas dos piedras de toque humanista que acabo de mencionar.
Veo miserabilismo falsamente progresista en el movimiento okupa. ¿Realmente creen esos jóvenes que su futuro como creadores está en ser malabaristas de calle? ¿Dónde están los jóvenes que quieren ser científicos, ingenieros, investigadores, verdaderos creadores? Esas casas cochambrosas no sirven a los jóvenes que, solos o en pareja, desean independizarse y construírse una vida, no necesariamente como artistas de circo.
La pátina ideológica con que gusta de cubrirse la sociedad catalana presta mucha atención a todo mensaje catastrofista que vehicula supuestamente actitudes críticas cuando lo que hace es ahondar en el pesimismo que pasa por criticismo. Ello diluye y desvía el potencial progresista de una sociedad dinámica que tiene dificultades para encarar un futuro ilusionante. Es parte del problema general europeo, la desconfianza en su propio proyecto continental. Esa desconfianza proviene, entre otros factores, de la consolidación de esa mentalidad falsamente crítica.
Por eso propongo la lectura de Edge, un foro mundial de científicos que declaran:
Mientras el saber convencional nos dice que las cosas van mal y que no dejan de empeorar, los científicos y la gente de mentalidad científica ven que los años por venir nos traen buenas noticias. Ese es el punto de partida de una eclosión de potente optimismo surgida de un grupo de científicos de alcance mundial y pensadores que frecuentan las páginas de Edge, en una conversación permanente entre pensadores de la tercera cultura. Es decir, los científicos y otros pensadores en el mundo empírico que, mediante su trabajo y escritura argumentada, están reemplazando al intelectual tradicional en la labor de hacer visibles los significados profundos de nuestras vidas y redefiniendo quiénes y qué somos.
El optimismo de la izquierda está vinculado a la idea de progreso. En el momento en que la postmodernidad pone en crisis este concepto, la izquierda queda desconcertada y aparecen las actitudes de desconfianza, sospecha y temor al cambio social (el cual, de ser una sempiterna bandera de la izquierda, pasa a estar representado por la derecha neoliberal).
La izquierda en Occidente empieza a volverse conservadora con la caída del Labour y la llegada de Thatcher al poder en Inglaterra (aunque en el Este ya era conservadora y desconfiada desde los tiempos de Stalin, si es que aquello era izquierda).
Publicado por: Jaume | 15/01/07 en 21:25
Sobre el tema de los okupas, sólo quiero comentar que son la fase de decadencia de los movimientos de establecer comunidades utópicas.
Recordemos que fueron los movimientos protestantes de corte radical los que iniciaron este movimiento, desde la famosa revuelta de Müntzer, pasando por las comunidades anabaptistas de Bohemia y Polonia, y luego las comunidades de las colonias americanas como Efrata, los Shakers, etc. Las comunas hippies y New Age estilo Findhorn o Arco Iris revivieron los antiguos sueños durante un tiempo. Lo de ahora es menos que un pálido reflejo, ya que el soporte teórico del movimiento es casi nulo y vive del buen nombre que le dan algunos vecinos agradecidos y el sector de la prensa y TV que aún añora los viejos 60.
Publicado por: Jaume | 15/01/07 en 21:33
Me ha gustado mucho este post, lo peor de todo es que el pesimismo social, promovido por noticias con tinte apocalíptico, general malestar. Un tema recurrente es el tiempo, que en los últimos años, tal y como se comenta en televisión, parece una enfermedad, algo extraño, que nunca es como debiera ser.
Publicado por: julia | 16/01/07 en 7:40
Això de viure més anys, però, no ho veig massa clar. No crec massa en estudis estadístics. De tota manera, els viurem més alegrement.
Publicado por: julia | 16/01/07 en 7:50
Hay una capa sombría que permea toda la cultura europea, de la que no escapa la cultura progresista, que es anterior a la crisis de la idea de progreso. La vemos en las esferas intelectuales y literarias, carcomidas de cinismo y amargura; a los alegres se les tacha de ingénuos cuando no de imbéciles. Para triunfar hay que poner cara de amargado. Véase el odio telúrico a lo que llaman "libros de autoayuda": no despotrican de ellos porque estén (algunos) mal escritos sino porque apelan a la autonomía personal y a la mejora del ser humano. Pero la constitución de la República Española definía a los ciudadanos como "justos y benéficos". Véase el jolgorio que se armó cuando Joan Saura introdujo en el debate del Estatuto el concepto de "derecho a la felicidad"; con todo el choteo olvidaron que esa idea es un pilar fundamental de la Constitución de Estados Unidos y de la revolución democrática de 1776.
Creo que el tenebrismo es un problema de Europa con sus raíces, y me refiero no a la tontería de las "raíces cristianas" (por lo menos son cristianas, judías y griegas) sino a algo más telúrico y energético. Hay una tristeza fruto de una falta de arraigamiento en la tierra, en la naturaleza, en la vida. Aquí pasó algo muy gordo con la ruptura con las antiguas culturas chamánicas y celtas, una cesura no sólo cultural sino vital. Véase la mala relación de Europa con el Dragón, al cual se persigue y mata, mientras que en Asia es una bestia benéfica, alegre y portadora de felicidad. Véase la leyenda de Arturo, cuyo padre ostentaba el estandarte del dragón alado (Pendragon) y la decadencia del reino cuando Arturo pierde el contacto con la alegría de la vida por su adhesión al engaño y la doblez.
El gusto por las noticias apocalípticas forma parte de ese panorama. Es imposible imaginar aquí un diario "positivo" como el Christian Science Monitor; ahora añoramos a Xesco Boix, cantante alegre para los niños, pero en su época fue ninguneado a fondo por la intelectualidad de izquierdas (nadie se dignó invitarle a la reunión que se hizo con Pete Seeger en casa de Raimon, en el primer viaje del cantante rojo y unitario universalista a nuestro país). La neurosis por la información del tiempo forma parte de otro zeitgest: la sociedad de niños mimados se pone nerviosa cuando ve que hay algo que no puede controlar y que no responde solícito cuando se le reclama un mimo.
Publicado por: Gabriel Jaraba | 18/01/07 en 16:40