(Video: George Harrison en el concierto por Bangla Desh: While my guitar gently weeps)
Partidario de la buena educación, soy de los que creen que se empieza por dejar de dar los buenos días al entrar en la panadería de buena mañana y se acaba ametrallando a las viejecitas por las aceras con esos AK 47 automáticos rusos que estos días están causando furor --nunca mejor dicho-- en Georgia. El manual de urbanidad que nos daban en el cole --¿ediciones Bruño?-- nunca fue de mi agrado, pues a edad bien temprana un servidor ya tenía un acentuado sentido de repugnancia ante lo cursi. Para mi, personas bien educadas eran mis padres: "da las gracias", "saluda como es debido". En aquel entonces --cuando los dinosaurios dominaban la Tierra-- la educación se asimilaba a la cultura, ese bien tan apreciado por las clases trabajadoras, en el que se intuía cierto poder liberador, o por lo menos de desclasamiento. Como un servidor no conocía entonces a ningún rico, aún no sabía que ser maleducado no solo no era privativo de ciertos patanes criados en mis proximidades, sino que la humanidad pastosa puede aventajarles en esa habilidad, y de qué modo.
Mi padre sí que conocía gente rica, pues trabajaba para ellos: era barman en el Círculo Ecuesre, donde conoció de todo. Mi señor padre no tenía un duro en el bolsillo pero era incapaz de salir de casa sin haberse afeitado. Cuando vio que el nene apuntaba maneras, me regaló un diccionario enciclopédico en tres volúmenes de la editorial Ramón Sopena, luego Las Mil y una Noches, y finalmente, la Historia Universal y la Geografía Universal del Instituto Gallach. Siguen ahí, en mi biblioteca, el diccionario en la de mi hija. Igual que mi padre con el afeitado, un servidor, a los 10 años, se hubiera dejado cortar una mano antes de ser sorprendido haciendo una falta de ortografía.
El pasado curso hallé, el primer día de clase, que un alumno nuevo entró en el aula y se sentó sin quitarse una descomunal gorra que llevaba calada hasta las cejas. Una gorra de esas que llevan los personajes de las películas en que sale Dan Aykroyd --es mi ídolo-- pilotando pickups viejas y, con suerte, escuchando a Les y Mary Paul en el radiocasete. Con la mayor discreción y sin referirme directamente al interfecto, hice notar que permanecer cubierto en un local techado era considerado un signo de paletez, y hacerlo en un aula, una clara muestra de mala educación. El alumno era un joven mayor de 18 años pero nadie le había informado nunca de nada semejante. Personalmente, no creo que los jóvenes de ahora sean más maleducados que los de antes; generalmente suele suceder lo contrario. Sí lo son sus padres, una generación que ha vivido el derrumbe del falso moralismo franquista sin que haya sido sustituído por una verdadera moral cívica republicana, y digo republicana refiriéndome no a la forma de gobierno sino a la concepción de la sociedad. "Què fan els infants? El que veuen fer als grans". Por eso van tras los títulos y el ansia de ganar dinero: han sido educados así.
Cuando Nicolás Sarkozy llegó a la presidencia de la República Francesa se estrenó remitiendo una carta a todos los enseñantes franceses en la que llamaba a recuperar los buenos modales en el aula. ¡De qué modo excitó las papilas de los jóvenes reaccionarios de aquí, clamando todos por que las aulas universitarias se levantaran como un solo hombre a la entrada del profesor! ¡Por fin se iba a ajustar las cuentas al disolvente sesentayochismo y Cataluña iba a regresar a las esencias noucentistas! (Y d'orsianas, puestos ya a pedir). Sentí entonces el mismo repelús que ante los viejos libros de urbanidad; no se trataba de una proposición de civismo republicano sino del viejo y conocido olor de la apelación a la ley y el orden.
La dessesentayochización de la sociedad occidental no es una reclamación reaccionaria actual. Si se mira bien, la trayectoria de los Poderes, desde entonces hasta ahorita mismo, no ha sido otra que abundar en ese empeño. Si hay algo que demuestre que lo que sucedió en torno a aquel año fue, o estuvo a punto de ser, un gran cambio social, es que causó una reacción que ha durado cuatro décadas. Pues el 68 no fue solamente Nanterre sino algo más, mucho más: la nueva izquierda americana, el pacifismo, el rechazo de la guerra de Vietnam, la contracultura, la agitación esudiantil mexicana, los Juegos Olímpicos en México y los atletas partidarios de los Panteras Negras en el podio, la música, con los festivales folk, Monterrey Pop y Wight, el movimiento pro derechos civiles, la marcha sobre Washington y la hegemonía de la NAACP en el movimiento negro, la primavera de Praga, el rechazo del comunismo en los países del este y la apelación a un socialismo "de rostro humano", con Alexander Dubcek y Jiri Pelikan, la sintonía de las avanzadas militantes jóvenes de España con todo ese movimiento. Y mucho, mucho más. ¿La prueba de que la reacción fue terrible y de que no se andaba con chiquitas? El asesinato de Martin Luther King y Bobby Kennedy, dos por el precio de uno (de allí hasta Bush pasando por Reagan pasa una línea directa tirada con tiralíneas. La ilusión por Obama responde al cansancio de esa prolongada reacción, quizás porque la energía espiritual de Teddy Roosevelt, y sobre todo, su esposa iluminada, Eleanor, es muy potente).
Andaba yo en esas cuando, la otra noche, me topé en la cadena Arte con el Concierto por Bangla Desh que organizó George Harrison en 1971. Relajado y fresquito, me puse a ver qué tal quedaba aquella música 37 años después, con Harrison, Eric Clapton, Billy Preston, Ringo Starr, Badfinger, Leon Russell, Bob Dylan et alia. Lo que me sorprendió no fue la exquisitez de las canciones, que han superado el paso del tiempo y son ya clásicas, ni la interpretación creativa de todos los artistas, ni aquellos rostros y figuras que fueron la inspiración de mi juventud. Lo más sensacional de todo fue darme cuenta de su exquisita educación. Era un estar en escena apasionado y contenido a la vez, una actitud delicada entre los músicos y ante el público, una maravillosa energía que unificaba todo lo que vivía allí sintonizado en esa onda. Y en un momento dado, George presentó a un bajista de acompañamiento, diciendo: "Muchos habreis oído hablar de él, pero pocos lo han visto: Klaus Voormann". El beatle tuvo el detalle de destacar al viejo amigo que les ayudó en su gira por Alemania antes de que fueran famosos y diseñó la portada del álbum Revolver; nada podía haber sido más exquisito.
La ancestral cultura sinojaponesa nos ofrece la exquisitez en el cultivo de las formas como un camino de acceso a las profundidades del espíritu. Lo que yo ví en el concierto de Bangla Desh 37 años después fue que esa sintonía exquisita en escena era una muestra del Espíritu en acción. Quizás uno de los muchos nombres de la espiritualidad sea el aprecio por el otro: la buena educación, que es una de las formas que adopta la Buena Voluntad, que es la más poderosa, profunda y alta energía espiritual del universo.
Eso fue algo que entendió bien Alan Watts, que pasó de ser clérigo episcopaliano y monje zen a convertirse en uno de los mayores filósofos del cambio cultural de los 60. Watts buscaba en la cultura asiática ese modo de vida gentil del que occidente ha huído, y proponía como vestimenta masculina el uso del sarong en lugar del traje. Alguien le objetó que la falda del sarong era un obstáculo para correr detrás del autobús, y Alan respondió: "Un caballero nunca corre detrás de un autobús". No era dandismo sino sentido de las proporciones.
En uno de los blogs que sigo, Xiruquero-Kumbayà dice que el mero hecho de escoger una postal para mandársela a alguien implica en si mismo un gesto de amistad. Este amigo excursionista propone recuperar la costumbre de enviar tarjetas postales, un tanto alicaída en medio del auge de la red. Es cierto: el correo electrónico nos ha permitido recuperar la correspondencia, y las redes sociales, el mantenimiento cotidiano de la amistad, pero falta ese detalle de enviar una postal desde el lugar de vacaciones, el viaje, o aquel punto del mundo en que nos encontramos, diciendo "me gusta estar aquí y esa emoción me lleva a compartirlo contigo". Compraré tarjetas postales y haré caso al colega del blog de mochila. Con los tiempos que corren, mandar postales puede ser algo tan raro y exquisito como el sarong de Alan Watts. Por lo menos, un acto de buena educación. Y quizás una vía directa al Espíritu, el cual, como es sabido, sopla donde quiere. Buenos días, lector, y usted perdone el excurso.
Hola, Gabriel. Sólo escribo un comentario para expresarte mi admiración por lo que has escrito, no puedo añadir nada, no hay más que decir, gracias por expresar lo que expresas, por la forma y el fondo. Un saludo.
Publicado por: Juanjo | 19/08/08 en 14:36
Caramba, Juanjo, muchas gracias. Pero no te cortes a la hora de comentar, este blog está a tu disposición.
Publicado por: Gabriel Jaraba | 19/08/08 en 14:48