Ayer por la mañana salimos de caminata y sol después de haber pasado el sábado encerrados en casa aguantando el temporal de viento huracanado que se abatió sobre Cataluña y que ha dejado destrozos y muertos tras de si. El paseo marítimo de Sitges estaba a rebosar de familias, con niños pedaleando en sus bicis y chavalotes en skateboard, amén de jóvenes y mayores haciendo jogging. Había más gente que otros domingos a la misma hora, y hoy, al llegar al trabajo, mis compañeros me cuentan cosas parecidas de su entorno. Es como si el bichejo humano hubiera tenido necesidad de emerger tras una crisis, algo como sacar la cabeza de la madriguera y comprobar que todo ha vuelto a la normalidad. Lo cierto es que había una curiosa energía entre mis copaseantes, fruto quizá de la fuerte ionización negativa del aire, que como casi todo el mundo sabe se da muy bien en la orilla del mar y más especialmente después de la lluvia o con fuerte viento, y le pono a uno el cuerpo energético que pa qué. Podía decirse incluso que se notaban unas curiosas ganas de vivir.
Sobre todo, cuando el vendaval provocó un derrumbamiento de una instalación deportiva que causó la muerte de cuatro niños que jugaban al beisbol en el pueblo donde nació Pau Gasol. Yo me solía chotear de los cascos que les encastan en el coco a los retacos que van en sus minúsculas bicis por el paseo de mi pueblo, y no digamos del nuevo casco supertecnológico que ostentan los anxanetes, los chavalines que culminan los castells, esos castillos humanos que hacemos por aquí los días de fiesta antes de ponernos morados de cebollas tiernas asadas, alcachofas y costillas de cordero. Pero ahora no sé qué pensar, cuando me doy cuenta de que la percepción del riesgo es muy distinta hoy que hace 40 años. Los niños que pedalean por el anchísimo andén del paseo marítimo de Sitges, sin más obstáculo que cuatro perros juguetones, andan protegidos con cascos y rodilleras mientras que cuando yo era chico, nos fabricábamos unas tablas con cuatro cojinetes de bolas a modo de ruedas y, con un cordel y un gancho, nos hacíamos remolcar de los camiones. No éramos golfos sino hijos de familias normales como los superprotegidos chavalines de la era de la Play. No me atrevo a pontificar sobre seguridades y riesgos reales o ficticios con los cuerpecillos calientes de los cuatro beisbolistas santboianos en mi mente.
Ken Follet le cuenta a José Martí Gómez, en una entrevista tan magistral como todas las que ha escrito y escribirá este maestro de periodistas, que la sociedad medieval cambió su idea de las cosas a raíz de la peste negra. Hasta entonces, las desgracias sólo podían ser atribuídas a la voluntad de Dios o a los pecados propios. Pero aquella calamidad indiscriminada abrió un boquete a la razón y por el avanzó la idea de que era necesario conocer la causa física de los fenómenos para poder prever sus consecuencias. El riesgo afina los espíritus, pero percibo en nuestra sociedad bien alimentada cierta incapacidad de asumir que existen peligros que no pueden conjurarse a fuerza de tecnología, gobernanza o pedagogía cívica. ¿Tiene eso algo que ver con la incapacidad de cambio y evolución de nuestras sociedades europeas que se admiran ante el valor y esperanza de Obama pero se jiñarían encima, y perdonen la expresión, si por ventura hubiera un gobernante que se les dirigiera en aquéllos términos?
No lo sé, pero paseando bajo el sol, bombardeado por miríadas de iones negativos, sentí que había una extraña y callada complicidad entre las comadrejas recién salidas de la madriguera para ver si es cierto que el sol sale por el este cada 24 horas. Cosa que, como casi todo el mundo sabe, no está en absoluto garantizada.
Estamos pasando a una extraña sociedad incapaz de asumir riesgos, vease el jaleo con lo de los vendavales. Lo peor de todo, la excesiva normativización impuesta para evitar lo inevitable, misión imposible. Como eso de los niños de Tarragona que van solos en el autobús! Claro, eran 'de fuera', porque en otro países menos acomodados no estan todavía tan 'carregats de punyetes' y tienen otras preocupaciones. De momento, porque todo se pega. No tardaremos en hacer una ley sobre la edad en la cual un niño puede ir solo por la calle... Qué cosas.
Publicado por: júlia | 31/01/09 en 8:25