Me gusta la Navidad, qué caramba. Nunca ha sido para mi una fiesta de despilfarro; en mi infancia, por mor de la pobreza, y en mi adultez, a causa de la austeridad voluntaria. Ahora, en la madurez final, cuando no soy ni pobre ni rico ni austero sino todo lo contrario, la Navidad es un tiempo mágico, en el que revive tanto la memoria de lo que ha sido como la ilusión de lo que puede ser. ¿He dicho ha sido? Quizás deba decir es, pues lo que ha sido es para siempre, porque en este mundo que es Kosmos --ordenado, bello y con sentido-- no se pierde ni el movimiento de una sola hoja, ni el aleteo de un colibrí, ni el hálito más breve de un ser humano o de un animal. La Navidad es, del modo como la vivo y la entiendo, la fiesta de la Vida y de la Luz, que nacen en el Corazón del Kosmos y que ojalá nacieran en todos los corazones, para que se conviertan en corazones de carne y no de piedra.
Por ese motivo, los razonamientos sobre la conveniencia o no de celebrar públicamente la Navidad en las escuelas, como certeramente los explica Júlia Costa, me interesan más bien poco en un sentido profundo, por empobrecedores. Pero me interesan, y mucho, como muestra del analfabetismo simbólico de los "progresistas" (¿algún día serán capaces de comprender que pierden elecciones por su causa, y por su tristura impenitente, que les lleva a perder puesto que esa melancolía pseudocrítica conlleva la incapacidad de proponer, entusiasmar y liderar a la gente realmente existente en esta sociedad realmente existente?).
Pero la reflexión sobre la necesaria laicidad del espacio público y la conveniente expresión pública de la fiesta navideña sigue en pie. La hace, magistralmente, mi amigo Javier Otaola, autor de libros como Laicidad, una estrategia para la libertad, argumentando así:
Un entendimiento mediador y no doctrinario de la laicidad nos debe llevar a comprender que lo político y lo jurídico no agotan toda la realidad social y humana; especialmente en lo referido a las fiestas la sociedad civil tiene tanto o más que decir que la sociedad estrictamente política, porque el ámbito de las fiestas y de los usos sociales tiene que ver con nuestra creatividad colectiva, una creatividad a veces contradictoria y conflictiva pero que hunde sus raíces en la historia, la tradición y en muchas ocasiones en las puras inercias sociales, que nunca se detienen sino que permanentemente cambian y evolucionan al ritmo de los cambios de mentalidad y la innovación social. Eso hace que hoy, entre nosotros, sean tan representativas de nuestra realidad social -plural y contradictoria-, las redes sociales tejidas en Facebook o en Twitter, las procesiones de Semana Santa, la exhibición de carrozas del Orgullo Gay o las manifestaciones del Primero de Mayo.
Me considero un laicista convencido y creo que la confusión de Iglesia y Estado no es buena ni para el Estado ni para las iglesias, creo que tenemos todavía mucho que hacer para garantizar la aconfesionalidad de los poderes públicos que acordamos en el pacto constituyente, y, al mismo tiempo y sin contradicción, me encuentro cómodo en un cristianismo subjetivo y abierto, y por supuesto me gusta la Navidad, que a mi juicio no es sólo una fiesta religiosa cristiana -que lo es- sino que hace mucho que se ha abierto, felizmente se ha secularizado mezclándose con los actos festivos del Fin de Año, de tal modo que sin grandes problemas integra en su carácter festivo a todos los que celebran haber nacido, y pueden pasar un año más junto con aquéllos que aman y les aman. A mi juicio, en la fiesta llamada de la Natividad celebramos -quizá sin saberlo- el hecho de haber sido acogidos en un 'nido' de afectos que nos ha permitido ser lo que somos.
(Leed el post entero en su blog).
Ahí está el detalle, como diría Cantinflas. La polémica de las escuelas es una falsa polémica. La cuestión está en el dirigismo desde el poder, desde un poder, pequeñito, que se ha empeñado en modelar a la sociedad a su gusto, según una idea de constructivismo social muy ambiciosa pero que en la práctica resulta una mezquindad. Como no puedo cambiar las cosas que deben ser cambiadas, me aplico a pequeños cambios inmediatamente tangibles. Limito la velocidad a 80 por hora porque no soy capaz de meterle mano a las grandes industrias contaminantes; prohibo dejar fumar a los pequeños empresarios de hostelería porque no tengo narices de tocar las ídem a las multinacionales del tabaco; rebajo la pena para los camellos de la droga porque no soy capaz de gestionar ese volumen de delincuencia; y así sucesivamente. Oséase: como no puedo acometer la ingente tarea de gestionar una multiculturalidad forzosa que implica lidiar con una presencia musulmana que soy incapaz de abordar en toda su complejidad, delego en maestros, familias y niños una gestión parcial de resultados perversos. La Navidad será la fiesta del invierno a secas en algunas escuelas, pero el Valle de los Caídos seguirá siendo un lugar donde se celebran misas en honor del fascismo así como Cataluña seguirá siendo una plataforma de apoyo al terrorismo islamista.
Pero lo que yo quería era poner de relieve la idea genial de mi amigo Javier, cristiano abierto y maestro masón, respecto a la Navidad:
Junto a la libertad civil y política existe otro gran valor dignificante: la piedad de la que habla Hans Castorp en 'La montaña mágica', y que puede definirse como esa conciencia/sentimiento de asombro y respeto ante la profundidad de la vida y de realidad que nos rodea, a la vez terrible y fascinante. Ese sentimiento, según el teólogo luterano Rudolf Otto, es, en su raíz, un sentimiento religioso, previo a cualquier confesionalidad, un sentimiento de asombro y temblor ante lo absolutamente Otro, y esa piedad, de otra manera, también nos dignifica, nos vacuna contra la banalidad y nos hace conscientes de la radical originalidad de nuestra condición humana.
"Vacuna contra la banalidad", ni más ni menos. Amén, hermano Otaola.
Julián López Rodríguez, encarnando a un pastor de la época de Jesucristo llega a Belén y maravillado por la celebración del nacimiento, decide salir al encuentro de todos con su canto invita a presenciar lo que ocurre en el pesebre, mientras se espera la llegada de los reyes magos.
Venid a Belén, es una obra musical teatral lírica para los tiempos de Navidad, recopilada y adaptada por el tenor e inspirada en la obra de José Manuel Adrán, quién confeccionara un cancionero navideño melodías y villancicos de relevantes autores de la literatura española. Entre ellos se destacan Lope de Vega, Juan de la Encina, Jacinto Verdaguer, Eduardo Marquina, Santa Teresa de Jesús, entre otros. Hoy todos ellos se reúnen en torno al Belén para celebrar el nacimiento. En sus letras se puede apreciar tanto el relato fantástico que rodea a la Navidad, como la picaresca de algunos sucesos mágicos que envuelven las acciones sencillas de los personajes del pesebre. Esta es una obra lírica, para compartir en familia, con amigos, música que anima el espíritu tradicional de la Navidad, introduciendo al espectador en la vivencia del Belén, en las experiencias de sus personajes, en los sentimientos sencillos de los pastores, en la conmovedora fragilidad y esperanza del Niño de Belén que nace para todos.
Venid a Belén, es una obra participativa, a modo de musical, que se abre a la expresión espontánea de los espectadores, que se animarán a lo largo del concierto a corear las canciones propuestas en este repertorio. “Venid a Belén” tiene la frescura de las cosas sencillas y profundas de vida en los pueblos.
Este mismo concierto se presentará en el pueblo de Vilches el próximo 5 de enero, donde también se llevará a cabo el I Reencuentro de Aguilanderos que ha sido convocado por el tenor y el día 6 será interpretado en la residencia del pueblo para los mayores que no podrán acceder al mismo.
Publicado por: fannysalta | 27/12/10 en 22:53
Lo primero el deseo recíproco de ventura en esta Navidad y una pequeña reflexión a propósito de la entrada.
Lo de las sintonías sobre hitos festivos va por barrios. Desde hace años vivo la Navidad con indiferencia ,lo cual no me sucede con Semana Santa. Empatados a gustos y yo diría regustos del pasado, que en el caso de esta última siguen muy vigentes en determinadas ciudades y pueblos (olores, tactos, gustos y sonidos) Creo que un laicismo mal entendido va parejo a una normativación de los eventos festivos en los cuales la iglesia no suele ser nada subjetiva y trata de monopolizar algo que en cierta medida así mismo a ella se le escapa. Creo que también se banaliza la Navidad cuando acaba deviniendo un acto básicamente consumista (con total respeto a quien la viva religiosa o emocionalmente) Yo recuerdo las de mis 5 o 6 años, y todavía subsistía el hecho de tomar calles y casas con villancicos acompañados de las ya inexistentes zambombas y panderetas. Había algo peculiar que ha caracterizado (y en algunos casos aún caracteriza) a las grandes festividades :la unión de lo sagrado y lo profano en ese tiempo cíclico que es propio de las fiestas. Y eso era (y es) incomprensible para la razón mas simplista ,porque la fiesta desborda los limites de la misma. En cierta manera nos redime de un tiempo cosificado y estalla en algo tan necesario como es el júbilo. Estoy de acuerdo en que no se pueden suprimir una serie de elementos arquetípicos(en el sentido platónico del término) por una voluntad que aunque la determine un grupo ,no dejan de ser una suma de individualidades que reflejan esa ideología (exaltación de la misma ) de ahí, creo yo, el fracaso de intentos de cambiar el nombre de los meses y demás, en la Francia mas racional de la revolución burguesa.
Y lo que pasa en el fondo es que hoy, todos tienen miedo a algo que en sí no es controlable por el poder o simplemente pone en tela de juicio sus diseños programados y políticamente correctos de lo que debe ser en última instancia la ocupación del espacio público en los acontecimientos, y si es posible desterrar estos últimos si tienen contenidos que impliquen esa mezcla de sagrado y profano. A mi juicio este es un debate nada baladí. Y en fin, reiterar mis felicitaciones festivas incluyendo los deseos de un venturoso año nuevo (que la esperanza sea lo último que se pierda)
Publicado por: paco roldán | 29/12/10 en 21:27
Ciertamente, el debate sobre la manifestación de lo simbólico es radicalmente necesario. Como dices, "la fiesta desborda los limites de la misma. En cierta manera nos redime de un tiempo cosificado y estalla en algo tan necesario como es el júbilo". Me interesa el júbilo (hacia afuera y hacia adentro) como antídoto al nihilismo depresivista y pelmazo que ha llevado al progresismo y la modernidad a la cuneta de la historia. Que tengas un feliz año nuevo, compañero.
Publicado por: Gabriel Jaraba | 31/12/10 en 13:01