Nunca me he considerado ecologista, pero ahora me lo estoy pensando. Soy lo suficiente viejo como para haber leído en su momento las conclusiones del Club de Roma, cuya reflexión sobre los límites del crecimiento me pareció digna de consideración, aunque presentada desde cierto elitismo intelectual y económico. En los inicios de la transición, asistí con emociones contrapuestas al surgimiento de diversos movimientos verdes, desde quienes pivotaban alrededor de revistas como Alfalfa e Integral hasta los incipientes reciclajes de la extrema izquierda autoritaria e incluso reorientaciones independentistas hacia lo verde. Por aquel entonces, la izquierda eurocomunista y la creciente socialdemocracia se mantenían al margen del movimiento, y solamente se le aproximaba el sector autoritario del comunismo institucional (Manuel Sacristán et alia) a pesar de que el Juan Bautista precedesor del trasvase del comunismo al ecologismo fuera un disidente del partido comunista de la RDA, Rudolf Bahro. Como mi sensibilidad izquierdista se halla inscrita en las tendencias de la new left norteamericana más en en la izquierda europea, las posiciones de Bahro me parecieron tan intelectualmente interesantes como estériles para su aplicación en España; como ha recordado recientemente Carles Navales en su revista La Factoría, el movimiento prodemocrático español de los años 70 estaba más cercano de lo que parecía del pacifismo pro derechos civiles estadounidense, con su acento en posiciones unitarias y transversalmente democráticas, acción no violenta y defensa de las libertades colectivas por encima de cualquier otra propuesta estrictamente partidaria. Vistas desde la perspectiva actual, las evoluciones que hicieron de Comisiones Obreras y del democratismo catalán transversal expresado en la Assemblea de Catalunya verdaderos movimientos de masas --dentro de las posibilidades de aquel momento histórico-- tenían escaso parangón en otros países de Europa. Puntos culminantes como la revolución de los claveles portuguesa o la primavera de Praga eran harina de otro costal. El mayo francés marcó, precisamente, el surgimiento aquí de la extrema izquerda autoritaria, que era arrastrada a regañadientes por el transversalismo democrático en Catalunya.
El ecologismo aparecido a partir de 1976 me pareció (y me lo ha seguido pareciendo en años posteriores) un tanto regresivo respecto a la calidad del amplio movimiento cívico precedente, con la aparición de cierto ingenuismo anarquizante primero y la entrada de antiguos líderes de la extrema izquierda autoritaria después. En las décadas siguientes, la polaridad entre ambos extremos ha sido lo que, a mi modesto entender, ha impedido una implantación más sólida en España, por lo menos semejante a la impulsada por gente como Daniel Cohn-Bendit, Joshka Fischer o Dominique Voynet. Aun ahora, aparece nítidamente en el caso de Equo el mismo interrogante que presentó en su momento la ascensión de José María Mendiluce.
No hace falta decir, pues, que la creación de Iniciativa per Catalunya no sólo me dejó frío sino que congeló en la práctica mi militancia. Desde entonces, he mantenido distancias con cualquier propuesta ecologista, a causa del repelús que me causan los tacticismos cortoplacistas demostrados por ese partido en el pasado gobierno de la Generalitat y la cultura miserabilista del decrecientismo que tiende puentes tan inquietantes entre las alas autoritarias del anarquismo y el comunismo (el europeo; el resto de regimenes comunistas o autoritarios del mundo son furibundamente desarrollistas).
Sin embargo, y aun contando con todas estas consideraciones, la catástrofe japonesa y el riesgo de accidente nuclear que se ha producido en las Islas Sagradas devuelve violentamente a la opinión públca la cuestión nuclear, banderín de enganche preferente de los ecologismos, el político y el ambientalista. Para mí está aún a debate si la contradicción entre producción/crecimiento y conservación de las condiciones de vida humanas en el planeta ha de sustituir como contradicción principal a la existente entre capital y trabajo. Pero es una evidencia que los riesgos que la energía nuclear comporta no son para ser tomados a la ligera. Se ha argumentado estos días que las centrales existentes en los países desarrollados no tienen nada que ver con el caso de Chernobil, en una Unión Soviética en proceso de descomposición. Se omite el antecedente estadounidense de Three Mile Island, lo que invalidaría este argumento (La película El síndrome de China se estrenó días después de este suceso, por cierto). Lo cierto es que los intereses pronucleares se han dado siempre en un clima de opacidad técnica, social y política que ha llegado a constituir un déficit democrático permanente (véanse las disputas intraterritoriales españolas por albergar un cementerio nuclear).
El suceso japonés pone frente a nuestra vista que el mejor de los supuestos posibles por lo que respecta a seguridad y refinamiento en la tecnología nuclear representa, con todo, una situación de peligro potencial cualitativamente distinta a cualquiera otra enfrentada hasta ahora por la civilización: el aniquilamiento de las condiciones de vida humana en el planeta.
Tras el final de la segunda guerra mundial, existió una campaña de propaganda orientada a hacer aceptable la tecnología nuclear como fuente de energía, con el llamativo lema de "átomos para la paz", extraído de un discurso pronunciado por Eisenhower ante las Naciones Unidas y orientado deliberadamente a poner de manifiesto que la descomunal potencia destructiva de las fuerzas desatadas en Hiroshima y Nagasaki podía encauzarse hacia fines civilizatorios. La contraparte fue el nacimiento de un potente movimiento antinuclear en el seno de la nueva izquierda norteamericana, cuya eclosión popular se dio en torno al famoso concierto de rock que, bajo el lema de No Nukes organizó el grupo activista Musicians United for Safe Energy --Jackson Browne, Graham Nash, John Hall y Bonnie Raitt-- congregó a más de 200.000 espectadores en septiembre de 1979 (por cierto, a ver quién hace entender a los europeos religionófobos que la gran Bonnie Raitt mantiene una viva militancia izquierdista basada precisamente en la exigencia de su fe cuáquera). Veremos desde ya mismo resurgir el lema de No Nukes (el pasado dia 12 se congregaron 60.000 manifestantes antinucleares en Alemania) y deberemos calibrar qué posible impacto tiene todo ello en la situación de la sociedad española en este momento, que no podría ser definida de otro modo que como parálisis por el miedo económico y social.
Personalmente, visto tal estado de cosas y a despecho de la inanidad de ciertos personajes públicos relacionados con el ecologismo político que actúa en lo institucional y los que se postulan para hacer lo propio, no voy a hacer ningún asco a partir de ahora a ser denominado ecologista.
Leed en Jaraba Internet: Locuras nucleares, por Dan Plesch y Harald Heubaum.
Pienso que todos los últimos acontecimientos , han superado las capacidades de análisis de muchos comunicadores y se ahondan contradicciones y renuevan confusiones. Yo tampoco me he considerado ecologista en el sentido político y partidista que implica la denominación, lo cual no significa que sea indiferente en absoluto a los temas medioambientales. De hecho ,es tan importante el tema y tan interrelacionado con el mundo social y político que vivimos (un crecimiento exponencial en un planeta con límites) que creo que nadie puede reclamar un derecho de propiedad intelectual sobre la casa común. Otra cosa es el oportunismo que denuncias. Estoy de acuerdo contigo, ¡Pero si solo se limitara a este no pequeño asunto! En estos días ,diversos tertulianos andan aseverando de que no hay nada seguro en tecnología y ponen el ejemplo de cuando se estrella un avión. El problema es que el avión o la mas dramática ruptura de una presa ,no son radiactivos. Yo también me interesé cuando era joven por las nucleares y de siempre se había puesto el énfasis en el peligro de un terremoto, teniendo en cuenta que existirán restos radiactivos en muchos miles de años. Y tampoco me creo los estudios de impacto sobre la población en relación con las incidencias de aumento de enfermedades en los alrededores de las centrales, porque son sesgados y existe una imposibilidad económica para hacerlos de manera independiente.
Me temo ,que en vez de reflexión ,se van a tirar los trastos a la cabeza verdes y azules. Unos ,crecidos por la realización de su apocalipsis anunciado, los otros ,porque no van a tener la valentía de al menos replantearse una serie de alegrías . Habrá un después inevitable tras la tragedia de Japón, como lo hubo en las dos anteriores citadas, pero amplificada , dado el prestigio tecnológico del país. Te dejas no obstante en el tintero, que no solo la izquierda mas radical, sino que la nueva derecha del Benoist también están con lo del ecologismo. Personalmente lo que menos me gusta de los movimientos ecológicos es el moralismo. Sobre usos y costumbres que sea la ciudadanía las que los vaya cambiando. Es mi opinión sin mas importancia que otras. Yo creo que la gran pregunta que nadie se hace-desde los medios- es que es posible otra vida, pero nadie la quiere, unos por interés y el resto por ignorancia (saldrían beneficiados)
Vaya por último mi homenaje a los rigurosamente HEROES que están trabajando en la central. Ellos saben lo que se están jugando. Saludos.
Publicado por: paco roldán | 16/03/11 en 20:21