Romperé una vez más mi norma de no escribir sobre los amigos muertos ahora que Carlos Sentís ha fallecido a los 99 años, porque no voy a hablar de él sino de nosotros. He leído algunos comentarios escritos por lectores de webs de diarios publicados en lengua catalana, y algunos otros, y he sentido una profunda pena y cierta inquietud. La cuestión no es que en ellos se acuse de franquista y espía a este veterano periodista, lo que me conmueve es que en ellos se percibe una intransigencia, un maniqueismo y una incapacidad de considerar las cosas en sus verdaderas dimensiones. Y sobre todo se percibe odio. Me preocupa el odio, el odio que destilan ciertas actitudes ante ciertas situaciones, en ciertos momentos.
Por ese motivo he pasado de largo ante todo lo publicado, en papel y en digital, sobre el inicio de la guerra civil española, con motivo del 18 de julio. Lo diré claro y matizado, y espero que se me entienda. Yo no quiero recordar más esos antecedentes, no quiero estar recurriendo contínuamente a los esquemas de aquel enfrentamiento. Eso es tarea para los historiadores, y la ciencia histórica debe hacer su papel para contribuir al conocimiento y con ello, a la vida buena y a la buena sociedad. Pero yo estoy harto de guerra, de república, de franquismo y de narices. Lo puedo decir bien alto porque mi padre luchó en aquella guerra, defendiendo la república y Catalunya como militante comunista. Y yo, en mi adolescencia, fui un militante comunista también, que contribuyó modestamente con un pequeño aporte a intentar que España y Catalunya fueran países democráticos y progresivos. Yo no fui perseguido por el franquismo sino que yo fui perseguidor del franquismo, como explicó una vez el inolvidable Angel Rozas. Por eso lo digo alto y claro: que los libros de historia digan la verdad, que se denuncie el revisionismo neofranquista, que se luche por más y mejor democracia, que los hijos y nietos de las víctimas de la represión hallen justa satisfacción a la memoria de sus deudos. Pero estoy hasta las narices de memoria histórica, de vueltas y más vueltas alrededor de episodios del pasado. Es cierto que han condicionado nuestras vidas, y no es cierto que recordarlos ayude a no repetirlos. Al contrario, permanecemos obsesivamente encerrados con este solo juguete, sin concentrar nuestras energías donde deben estar: en la construcción de un futuro mejor para los jóvenes, en la inversión en creatividad, innovación, en estudiar más ciencia, más humanidades, en promover más cultura y hallar un nuevo humanismo.
Alguien dijo una vez que la memoria histórica consiste en subirse encima de un cadáver para parecer más alto. Está dicho de manera violenta y cínica pero es verdad. Lo que se reivindica en ella no es la dicha memoria del pasado, sino la propia posición del presente. La memoria histórica es hipócrita y oportunista; hipócrita porque no se reconoce como acción táctica orientada a los intereses del presente, y oportunista porque es un medio para forzar la mano en una situación desfavorable, o que no se presenta como uno quisiera.
Cuando leo cosas vinculadas con cuestiones relativas a la memoria histórica, o a ese pasado reciente, que me perdonen pero percibo odio en demasiados textos. No en los de los expertos o personas ilustradas pero si en las aportaciones espontáneas. La hipócrita memoria histórica no nos dice algo ineludible: los franquistas primero sublevados y luego represores actuaron con odio extremo, pero sus oponentes también lo hicieron. Ello no les equipara por lo que respecta a una evaluación justa (o justiciera) de la historia. Si que cierto odio contra odio es perfectamente equiparable. Y ese odio vuelve a resurgir de manera demasiado aparente, en esta sociedad en la que (casi) todo aparece a la vista pública.
Carlos Sentís fue un joven moderno que se adscribió al bando franquista porque desde su perspectiva social, familiar y cultural abominó de lo que la república catalana se iba convirtiendo. Luego, ya en las filas de los vencedores, tuvo mejor acomodo en la profesión y en la sociedad porque su condición conllevaba privilegios. Pero Sentís no fue un nazifascista. Pudo ser, en ciertos cargos periodísticos, acomodaticio o timorato, pero nunca represor ni mucho menos malvado. Gracias a Carlos Sentís pudo aparecer el diario TeleeXprés en 1964, y bajo su égida, Teleestel, el primer semanario legal publicado en catalán desde 1939. Y fue Carlos Sentís quien hizo posible la transformación de la anquilosada Asociación de la Prensa de Barcelona en el Col.legi de Periodistes de Catalunya, gracias a un pacto establecido entre él y los periodistas demócratas de las nuevas generaciones que representaban la profesión real. Su comprensión de la situación y su apertura de miras en aquellos momentos nunca serán bastante elogiadas.
Hace ya unos cuantos años viajé a Colombia con Carlos Sentís, en una expedición formada básicamente por comunistas y socialistas, entre quienes se hallaba Gregorio López Raimundo. El objetivo era ofrecer apoyo internacional a la izquierda colombiana, especialmente los sindicalistas y la Unión Patriótica, que estaba siendo masacrada a la vez por los paramilitares y el narco. La presencia de Carlos fue estimulante e importante. El buen humor, la bonhomía y la alegría de vivir de quien entonces era ya un anciano marcó la diferencia. El enorme respeto y consideración con que era tratado en todo momento por nuestro patriarca comunista Gregorio fue igualmente modélico. Qué tremendo contraste con el odio y el fanatismo actual.
Yo puedo entender al Carlos Sentís juvenil que tomó la grave decisión de luchar contra la república catalana. Si el país independiente que algunos quieren construir ha de estar basado en el talante moral que demuestran, nuestra patria refundada estaría construída sobre la infamia y la maldad. Y eso sí que no.
Molt bones reflexions que comparteixo.
Publicado por: Júlia | 20/07/11 en 13:26
Me parece bien lo que dices, pero tengo la impresión de que los mismos tertulianos que hoy elogian a un compañero de profesión fallecido, no tuvieron ni tendrán la misma grandeza de miras que tú demuestras, a la hora de hablar de otros personajes que también cambiaron de bando en el momento propicio (recordemos a Samaranch, o ya veremos lo que dirán con Fraga, y si no al tiempo).
Publicado por: Jaume | 20/07/11 en 17:22
Qué triste es que vivamos en un país polarizado en dos bandos. Pero no habrá lugar para la reconciliación ni el olvido hasta que no puedan resarcirse determinados errores, crímenes y heridas que aún supuran. Al fin y al cabo, los crímenes no preescriben, ni se olvidan, ni se perdonan ni nada. Se pagan. Esto me recuerda a ese esperpento judicial del caso Garzón, que no es más que una prolongación del problema. Una cortina de humo volátil que los políticos y la opinión mediática esparce a un lado u otro. Cosas como la ley de Memoria histórica o la ley de Amnistía carecen de efectividad. Solo se diluye los problemas y las responsibilidades. No se atajan. Mi sueño, y el de mucha gente, es que a ello se ponga remedio. Interesantes reflexiones. También en lo que respecta a su amigo.
Publicado por: Sergio | 20/07/11 en 19:49
Complau i molt llegir una reflexió com aquesta. I em reconforta constatar que no sóc pas sol a considerar una barroeria tot aquest muntatge interessat sobre la dita memòria històrica, llei compresa.
Publicado por: Xiruquero- Kumbaià | 21/07/11 en 15:07
Tota aquesta barroeria, llei compresa, és una venjança fora de temps. Durant el franquisme, el PCE i el PSUC van proposar una "política de reconciliació nacional" que consistia en superar els odis del passat, i amb la qual cosa els seus sostenidors es situaven moralment per sobre d'altres posicions sectàries. Avui, odiar, ni que sigui només amb l'escriptura, surt de franc. Aleshores comportava la grupusculització i un sectarisme que et situava fora del consens majoritari dels demòcrates. Per això, l'amnistia va ser necessària, i amb això discrepo amb en Sergio. Calia l'amnistia per als demòcrates presos, però era també un gest mitjançant el qual els demòcrates que governarien amnistiaven els partidaris de la dictadura per a poder mirar endavant. Els intents de traslladar a Espanya aspectes de lleis del "punto final" pròpies de Sudamèrica m'enfurisma: érem els que viviem aqui quan Franco els que haviem de bastir estratègies per a avançar, no ens podiem permetre els odis i les revenges dels exiliats. Ara resulta que a Catalunya tothom té una maquineta de fabricar certificats de bon patriota, perquè blasmar Sentís o Samaranch surt, torno a dir, de franc. Però quan la dictadura, els demòcrates necessitàvem atreure a prop de les nostres files els "oportunistes" de l'altre bàndol --per què no dir els humanistes que no volien més enfrontaments, com Sentis o Socias Humbert?-- per poder avançar; eren quatre marginals els que s'hi negaven. D'aquí el gran encert del catalanisme pujolià de primera hora: mai van tenir com a referència la Generalitat republicana ni es van remetre a Companys (un incapaç irresponsable, malgrat que un bel morir tutta una vita onora) o Macià (un militar golpista que pensava en termes de putsch del segle XIX en plena eclosió del gran canvi de civilització). L'Òmnium d'ara, que no és el d'abans, crida a un tancament de caixes, que fracassaria com els anteriors, però no es presenta a les eleccions. Tot de franc, i repartint carnets de bon patriota. Resum: els "oportunistes" han construït sempre la pau (Mandela, Gorbatxov) i els "coherents" han dut els seus pobles al desastre (Winnie Mandela, Mugabe). Nota: a qui pensi en el coherent Gandhi, que recordi que tenia davant seu un socialista fabià i cristià com Clement Atlee disposat a cooperar-hi, és a dir, poc "coherent" amb l'imperi i disposat a ser titllat d'"oportunista". Per sobre de tot, en resum, la qüestió de l'odi: si he de voler una Catalunya independent, no la vull construïda sobre l'odi als que "no van ser prou catalans i coherents". Independència si, infàmia no. Perquè potser un dia tornarien, amb altres formes, els qui volien matar Sentis i, l'endemà que va fugir, van asassinar un altre periodista, Josep Maria Planas. Aquella Catalunya, mai un altre cop, ni independent.
Publicado por: Gabriel Jaraba | 21/07/11 en 17:35
"Pero yo estoy harto de guerra, de república, de franquismo y de narices."
Hombre, a mi esta asociación de hartazgos no me parece equilibrada, señor Jaraba.
Publicado por: luciano | 22/07/11 en 12:56
Amigo Luciano, no pretende ser equilibrada sino vehemente. En mi caso, el hartazgo supone un deseo de mirar hacia adelante, de concentrar las energías en el futuro de las nuevas generaciones y en dejar de ahondar en reproches inacabables. En realidad, nunca he sido equilibrado, pero si muy explícito, como habrá podido comprobar si me ha leído. Saludos cordiales, vuelva por aquí, esta es su casa.
Publicado por: Gabriel Jaraba | 22/07/11 en 13:14