Extraído de su discurso en la Universidad de Stanford.
"Cuando tenía 17 años, leí una cita que decía algo como: “Si vives cada día como si fuera el último, algún día tendrás razón”. Me marcó, y desde entonces, durante los últimos 33 años, cada mañana me he mirado en el espejo y me he preguntado: “Si hoy fuese el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que voy a hacer hoy?” Y si la respuesta era “No” durante demasiados días seguidos, sabía que necesitaba cambiar algo.
Recordar que voy a morir pronto es la herramienta más importante que haya encontrado para ayudarme a tomar las grandes decisiones de mi vida.
Porque prácticamente todo, las expectativas de los demás, el orgullo, el miedo al ridículo o al fracaso se desvanece frente a la muerte, dejando sólo lo que es verdaderamente importante.
Recordar que vas a morir es la mejor forma que conozco de evitar la trampa de pensar que tienes algo que perder. Ya estás desnudo. No hay razón para no seguir tu corazón".
"Nadie quiere morir.
Ni siquiera la gente que quiere ir al cielo quiere morir para llegar allí. Y sin embargo la muerte es el destino que todos compartimos. Nadie ha escapado de ella. Y así tiene que ser, porque la Muerte es posiblemente el mejor invento de la Vida. Es el agente de cambio de la Vida. Retira lo viejo para hacer sitio a lo nuevo.
Ahora mismo lo nuevo sois vosotros, pero dentro de no demasiado tiempo, de forma gradual, os iréis convirtiendo en lo viejo, y seréis apartados. Siento ser tan dramático, pero es bastante cierto. Vuestro tiempo es limitado, así que no lo gastéis viviendo la vida de otro.
No os dejéis atrapar por el dogma que es vivir según los resultados del pensamiento de otros.
No dejéis que el ruido de las opiniones de los demás ahogue vuestra propia voz interior.
Y lo más importante, tened el coraje de seguir a vuestro corazón y vuestra intuición.
De algún modo ellos ya saben lo que tú realmente quieres ser.
Me gusta la Navidad, qué caramba. Nunca ha sido para mi una fiesta de despilfarro; en mi infancia, por mor de la pobreza, y en mi adultez, a causa de la austeridad voluntaria. Ahora, en la madurez final, cuando no soy ni pobre ni rico ni austero sino todo lo contrario, la Navidad es un tiempo mágico, en el que revive tanto la memoria de lo que ha sido como la ilusión de lo que puede ser. ¿He dicho ha sido? Quizás deba decir es, pues lo que ha sido es para siempre, porque en este mundo que es Kosmos --ordenado, bello y con sentido-- no se pierde ni el movimiento de una sola hoja, ni el aleteo de un colibrí, ni el hálito más breve de un ser humano o de un animal. La Navidad es, del modo como la vivo y la entiendo, la fiesta de la Vida y de la Luz, que nacen en el Corazón del Kosmos y que ojalá nacieran en todos los corazones, para que se conviertan en corazones de carne y no de piedra.
Por ese motivo, los razonamientos sobre la conveniencia o no de celebrar públicamente la Navidad en las escuelas, como certeramente los explica Júlia Costa, me interesan más bien poco en un sentido profundo, por empobrecedores. Pero me interesan, y mucho, como muestra del analfabetismo simbólico de los "progresistas" (¿algún día serán capaces de comprender que pierden elecciones por su causa, y por su tristura impenitente, que les lleva a perder puesto que esa melancolía pseudocrítica conlleva la incapacidad de proponer, entusiasmar y liderar a la gente realmente existente en esta sociedad realmente existente?).
Pero la reflexión sobre la necesaria laicidad del espacio público y la conveniente expresión pública de la fiesta navideña sigue en pie. La hace, magistralmente, mi amigo Javier Otaola, autor de libros como Laicidad, una estrategia para la libertad, argumentando así:
Un entendimiento mediador y no doctrinario de la laicidad nos debe llevar a comprender que lo político y lo jurídico no agotan toda la realidad social y humana; especialmente en lo referido a las fiestas la sociedad civil tiene tanto o más que decir que la sociedad estrictamente política, porque el ámbito de las fiestas y de los usos sociales tiene que ver con nuestra creatividad colectiva, una creatividad a veces contradictoria y conflictiva pero que hunde sus raíces en la historia, la tradición y en muchas ocasiones en las puras inercias sociales, que nunca se detienen sino que permanentemente cambian y evolucionan al ritmo de los cambios de mentalidad y la innovación social. Eso hace que hoy, entre nosotros, sean tan representativas de nuestra realidad social -plural y contradictoria-, las redes sociales tejidas en Facebook o en Twitter, las procesiones de Semana Santa, la exhibición de carrozas del Orgullo Gay o las manifestaciones del Primero de Mayo.
Me considero un laicista convencido y creo que la confusión de Iglesia y Estado no es buena ni para el Estado ni para las iglesias, creo que tenemos todavía mucho que hacer para garantizar la aconfesionalidad de los poderes públicos que acordamos en el pacto constituyente, y, al mismo tiempo y sin contradicción, me encuentro cómodo en un cristianismo subjetivo y abierto, y por supuesto me gusta la Navidad, que a mi juicio no es sólo una fiesta religiosa cristiana -que lo es- sino que hace mucho que se ha abierto, felizmente se ha secularizado mezclándose con los actos festivos del Fin de Año, de tal modo que sin grandes problemas integra en su carácter festivo a todos los que celebran haber nacido, y pueden pasar un año más junto con aquéllos que aman y les aman. A mi juicio, en la fiesta llamada de la Natividad celebramos -quizá sin saberlo- el hecho de haber sido acogidos en un 'nido' de afectos que nos ha permitido ser lo que somos.
Ahí está el detalle, como diría Cantinflas. La polémica de las escuelas es una falsa polémica. La cuestión está en el dirigismo desde el poder, desde un poder, pequeñito, que se ha empeñado en modelar a la sociedad a su gusto, según una idea de constructivismo social muy ambiciosa pero que en la práctica resulta una mezquindad. Como no puedo cambiar las cosas que deben ser cambiadas, me aplico a pequeños cambios inmediatamente tangibles. Limito la velocidad a 80 por hora porque no soy capaz de meterle mano a las grandes industrias contaminantes; prohibo dejar fumar a los pequeños empresarios de hostelería porque no tengo narices de tocar las ídem a las multinacionales del tabaco; rebajo la pena para los camellos de la droga porque no soy capaz de gestionar ese volumen de delincuencia; y así sucesivamente. Oséase: como no puedo acometer la ingente tarea de gestionar una multiculturalidad forzosa que implica lidiar con una presencia musulmana que soy incapaz de abordar en toda su complejidad, delego en maestros, familias y niños una gestión parcial de resultados perversos. La Navidad será la fiesta del invierno a secas en algunas escuelas, pero el Valle de los Caídos seguirá siendo un lugar donde se celebran misas en honor del fascismo así como Cataluña seguirá siendo una plataforma de apoyo al terrorismo islamista.
Pero lo que yo quería era poner de relieve la idea genial de mi amigo Javier, cristiano abierto y maestro masón, respecto a la Navidad:
Junto a la libertad civil y política existe otro gran valor dignificante: la piedad de la que habla Hans Castorp en 'La montaña mágica', y que puede definirse como esa conciencia/sentimiento de asombro y respeto ante la profundidad de la vida y de realidad que nos rodea, a la vez terrible y fascinante. Ese sentimiento, según el teólogo luterano Rudolf Otto, es, en su raíz, un sentimiento religioso, previo a cualquier confesionalidad, un sentimiento de asombro y temblor ante lo absolutamente Otro, y esa piedad, de otra manera, también nos dignifica, nos vacuna contra la banalidad y nos hace conscientes de la radical originalidad de nuestra condición humana.
"Vacuna contra la banalidad", ni más ni menos. Amén, hermano Otaola.
Deseo una feliz Navidad a todos los lectores de este blog, a todos mis amigos y compañeros, y también a todos aquellos a quienes nunca conocí ni conoceré. La Navidad no pertenece a una religión, ni siquiera a la religión. La Navidad es el símbolo de la Luz, el Nacimiento de la Vida y la Unidad de la Humanidad. Cada ser humano es el niño del pesebre: un milagro de la Vida.
Para algunos, la Navidad es un signo excluyente (desde fuera y desde dentro). Para otros, una formalidad social. Para mi, como tantos, representa la proclamación del misterio de Jesús el Cristo: el Reino de Dios está dentro de nosotros. Mi pesebre no excluye a nadie, pues creo que es un lugar ideal ante el que depositar nuestras preocupaciones y partir con el corazón alegre.
Mi Navidad es feliz porque no compro baratijas sentimentales. Recuerdo a los que no están con cariño porque gracias a ellos soy. Me reúno con mi familia porque de ellos sólo he recibido amor y bendiciones. No necesito hablar con los amigos de siempre que son como hermanos porque la distancia física o temporal son secundarias. A todos los que habeis pasado por este blog (que espero que sigais haciéndolo) os envío mi amistad. Ojalá que cada corazón humano pudiera abrirse para acoger a todos, pues entonces podría entrar en él la Luz.
Ayer por la mañana salimos de caminata y sol después de haber pasado el sábado encerrados en casa aguantando el temporal de viento huracanado que se abatió sobre Cataluña y que ha dejado destrozos y muertos tras de si. El paseo marítimo de Sitges estaba a rebosar de familias, con niños pedaleando en sus bicis y chavalotes en skateboard, amén de jóvenes y mayores haciendo jogging. Había más gente que otros domingos a la misma hora, y hoy, al llegar al trabajo, mis compañeros me cuentan cosas parecidas de su entorno. Es como si el bichejo humano hubiera tenido necesidad de emerger tras una crisis, algo como sacar la cabeza de la madriguera y comprobar que todo ha vuelto a la normalidad. Lo cierto es que había una curiosa energía entre mis copaseantes, fruto quizá de la fuerte ionización negativa del aire, que como casi todo el mundo sabe se da muy bien en la orilla del mar y más especialmente después de la lluvia o con fuerte viento, y le pono a uno el cuerpo energético que pa qué. Podía decirse incluso que se notaban unas curiosas ganas de vivir.
Sobre todo, cuando el vendaval provocó un derrumbamiento de una instalación deportiva que causó la muerte de cuatro niños que jugaban al beisbol en el pueblo donde nació Pau Gasol. Yo me solía chotear de los cascos que les encastan en el coco a los retacos que van en sus minúsculas bicis por el paseo de mi pueblo, y no digamos del nuevo casco supertecnológico que ostentan los anxanetes, los chavalines que culminan los castells, esos castillos humanos que hacemos por aquí los días de fiesta antes de ponernos morados de cebollas tiernas asadas, alcachofas y costillas de cordero. Pero ahora no sé qué pensar, cuando me doy cuenta de que la percepción del riesgo es muy distinta hoy que hace 40 años. Los niños que pedalean por el anchísimo andén del paseo marítimo de Sitges, sin más obstáculo que cuatro perros juguetones, andan protegidos con cascos y rodilleras mientras que cuando yo era chico, nos fabricábamos unas tablas con cuatro cojinetes de bolas a modo de ruedas y, con un cordel y un gancho, nos hacíamos remolcar de los camiones. No éramos golfos sino hijos de familias normales como los superprotegidos chavalines de la era de la Play. No me atrevo a pontificar sobre seguridades y riesgos reales o ficticios con los cuerpecillos calientes de los cuatro beisbolistas santboianos en mi mente.
Ken Follet le cuenta a José Martí Gómez, en una entrevista tan magistral como todas las que ha escrito y escribirá este maestro de periodistas, que la sociedad medieval cambió su idea de las cosas a raíz de la peste negra. Hasta entonces, las desgracias sólo podían ser atribuídas a la voluntad de Dios o a los pecados propios. Pero aquella calamidad indiscriminada abrió un boquete a la razón y por el avanzó la idea de que era necesario conocer la causa física de los fenómenos para poder prever sus consecuencias. El riesgo afina los espíritus, pero percibo en nuestra sociedad bien alimentada cierta incapacidad de asumir que existen peligros que no pueden conjurarse a fuerza de tecnología, gobernanza o pedagogía cívica. ¿Tiene eso algo que ver con la incapacidad de cambio y evolución de nuestras sociedades europeas que se admiran ante el valor y esperanza de Obama pero se jiñarían encima, y perdonen la expresión, si por ventura hubiera un gobernante que se les dirigiera en aquéllos términos?
No lo sé, pero paseando bajo el sol, bombardeado por miríadas de iones negativos, sentí que había una extraña y callada complicidad entre las comadrejas recién salidas de la madriguera para ver si es cierto que el sol sale por el este cada 24 horas. Cosa que, como casi todo el mundo sabe, no está en absoluto garantizada.
¡Feliz Navidad, amigos lectores de este blog! Mi deseo es más que un gesto de cordialidad o un formalismo social; creo profundamente en el significado de la Navidad y en su capacidad para iluminar nuestras vidas, más allá de las creencias religiosas o la ausencia de ellas. Del mismo modo que la luz del Sol sale para todos, la Luz de la Vida ilumina también a todos por igual. La Gran Compasión no excluye a nadie, y sólo hace falta saber mirar con atención para hallar el camino.
La primera recomendación para orientarse es saber que nada es lo que parece y que lo esencial está simpre oculto a la vista. Oculto de un modo especial; como enseñó Allan Poe en la historia de la carta escondida, el mejor modo de ocultar algo es ponerlo en el lugar más evidente. Lo que saben los sabios es que el mundo es un libro, Liber Mundis, que hay que aprender a leer, cuyas páginas están hechas de Tierra, Agua, Aire y Fuego, llenas de renglones torcidos que son la escritura recta de Dios.
Con ánimos de leer hoy en ese libro --el único libro sagrado que existe-- me acerqué anoche hasta el Pesebre de Belén, para adorar a Jesús de Nazaret, atraído por el fulgor de la estrella y los cantos de los ángeles. Y hallé en aquel apartado rincón la primera lección del libro: cualquier lugar del Universo es sagrado y no sólo aquélla tierra es santa. Por eso nuestra obligación es hacerle honor y practicar la justicia en todas partes, ya que la justicia es el amor en acción y el único homenaje que agrada a Dios.
La segunda lección es que la Luz Verdadera es la que nace en la oscuridad. Jesús nace en el solsticio de invierno, cuando la oscuridad ha llegado a su extremo, en una cueva apartada, lejos de las miradas mundanas que sólo se ven atraídas por el provecho, el rechazo o la adulación. La Luz que alumbra el corazón brota oculta, en la cueva del corazón, destinada a convertir nuestros corazones de piedra en corazones de carne y realizar así la alquimia suprema.
La tercera lección es que los seres más cercanos que acompañan el nacimiento de la Luz son nuestros hermanos los animales, que calientan al recién nacido con su aliento, mostrando así que no sólo el aliento humano, expresión del espíritu (ruaj) y de la energía (chi, prana) es de naturaleza espiritual sino que el aliento animal tiene su lugar en la dignidad inspiradora.
La cuarta lección es que la estrella de Belén muestra la legitimidad de los astros como indicadores del camino, ya que la astrología es la gramática del lenguaje de Dios, como bien sabe mi amigo José Antonio González Casanova, veterano socialista, catedrático de derecho constitucional que inspiró a unos cuantos padres de la Constitución Española, y astrólogo cristiano. El orden supremo de las estrellas es inspirador del orden supremo de la ética del corazón, como halló nuestro ancestro Immanuel Kant.
La quinta lección es que necesitamos ayuda para despertar del sueño de la apatía y la desesperanza, y que quienes nos llaman a la vela son esos ángeles con quienes conversábamos cuando fuimos niños y cuya compañía abandonamos cuando creímos saberlo todo hasta ver que no sabemos nada. Son esos ángeles, que pueden volar porque se toman a si mismos muy a la ligera (dijo Chesterton) quienes cumplen su labor de mensajeros de lo Sagrado: da las gracias, no te tomes en serio, goza de la vida, piensa en los demás, la vida es buena para ser vivida, siempre con los otros. El mensaje angélico no es, ciertamente, cree en esto o aquéllo, esto está equivocado, aquéllo es condenable, sino Gloria a Dios en las alturas y Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad: fe, confianza, buena voluntad.
La sexta lección es que los primeros en acudir a la llamada de la Luz son los sabios de otras culturas y tradiciones espirituales, aquellos que consideramos infieles o paganos, seguidores de prácticas exóticas, ante quienes elevamos barreras para que no contaminen nuestra prática religiosa pues consideramos su sabiduría como superstición.
La séptima lección es que la sabiduría se valida por la generosidad, dando cosas útiles para todas las dimensiones del ser: mirra, para la vida del cuerpo; incienso, para la vida del espíritu; oro, para la vida en sociedad.
La octava lección es que la paternidad humana es coherente con la filiación divina. Nacer de una madre es nuestro primer acto de humildad, puesto que ni siquiera Él se hurtó a ello. No podemos parirnos a nosotros mismos del mismo modo que no podemos añadir un codo a nuestra estatura. Necesitamos a otros seres humanos para existir en este mundo.
La novena lección es que los padres se las apañan con poco para sacarnos adelante: un establo y un montón de paja bastan. Poco necesitamos también nosotros para alumbrar y educar a los demás.
Y la décima lección es que, del mismo modo que nacimos, un día moriremos. En silencio y ocultos a la mirada mundana, puesto que la vida y la muerte verdaderas ocurren en la soledad. Y así todo está bien, y todo estará bien.
No hay que temer un exceso de entusiasmo ni esconder una enorme admiración: la llegada de Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos es un hito histórico. No porque sea un nuevo Kennedy --ni lo es ni lo será; es otra cosa-- ni porque sea negro --que lo es aunque no haya hecho una campaña "racial"; no es Jesse Jackson-- ni porque su ascendencia halaga el alma romántica de Europa --cuya clase política es estrictamente etnocéntrica y es visceralmente incapaz de soportar unas elecciones primarias como las americanas y someter el feudalismo de sus dirigentes no ya a los militantes sino a los simpatizantes; véase el estado en que ha quedado el PS tras la venganza contra Ségolène Royal. Y hablando de venganzas, ¿recordais a Josep Borrell, que ganó unas "primarias" en el PSOE y el precio fue la expulsión inmediata del paraíso? No os pido que mireis a IU por caridad y para no ver el espectáculo de la secta de Paco Frutos.
Me siento feliz viendo cómo Barack Obama ha exhibido los valores que yo deseo para la humanidad: confianza, fe en el futuro, optimismo creativo, prudencia y acción, empatía. fe en la democracia, creatividad práctica, creación de consenso, defensa de lo que se cree correcto, lucha por lo que se cree necesario, comunicación de actitudes positivas.... Lo que escribo no son ditirambos. Hemos asistido al caso insólito de ver nacer un liderazgo cuyo contraste ya he descrito. Pero además me doy cuenta de que estamos ante un liderazgo no únicamente político o económico: estamos ante un nuevo liderazgo de raíz espiritual. Y no hablo de confesiones religiosas. Lo malo de la religión en América es el fundamentalismo y la amenaza a uno de los pilares de la revolución democrática americana, la separación iglesia-estado. Lo bueno es que las personas de fe estan orgullosas de tenerla, y si ello lleva a unos, ciertamente, al fanatismo, hace que otros hallen en ella fuerza, esperanza e inspiración.
Me siento inspirado por lo que estoy viendo y viviendo. En esta dimensión espiritual no hay barreras nacionales, ni limitaciones de tiempo y espacio. La fe de Barack Obama y su gente no está al otro lado del Atlántico, está en mi corazón.
Esta tarde respondía a un comentario de Jaume de Marcos diciendo que una de las razones de nuestra debilidad social es la incapacidad de proclamar y defender nuestras ideas, especialmente las filosóficas o religiosas. Esto es algo muy diferente al deporte nacional de enzarzarse en polémicas agresivas desde esquemas ideológico-políticos inconmovibles. Personalmente, desconfío de aquellos que "nunca cambian", y cuando escucho a Julio Anguita proclamar lo que él considera "coherencia" me da repelús.
Proclamar en público las propias convicciones es algo muy diferente de toda esa logomaquia que produce el 90% del ruido comunicacional. Lo que uno cree es algo que surge de la experiencia de la vida vivida con alma y sentido, no algo propio de una trifulca de taberna. Por eso no solemos ver a gente íntegra declarar sus convicciones con la autoridad que da vivirlas desde el corazón.
Para no quedar como un hipócrita, aquí está lo que yo creo, explicado por John A. Buehrens:
La fe no es cuestión de
creer alguna afirmación antigua a pesar de la evidencia. Es más bien cuestión de vivir con valor e
integridad, a pesar de los retos y pérdidas de la vida y a pesar de la tentación de caer en la
desesperación. Y la esperanza no es cuestión de creer que todo nos va a salir bien. Más bien es
cuestión de dirigir nuestra vida hacia un punto en el horizonte más allá de lo que nadie de nosotros puede
ver, pero hacia el cual sabemos que más nos vale que nos movamos juntos, si es que queremos que haya un futuro que valga
la pena para nuestros hijos y para los hijos de nuestros hijos. Y el amor, no es simplemente una tarjeta sentimental de
Hallmark, ¿verdad?. Más bien se trata de vivir en el aquí y el ahora, sirviendo a la forma social del amor
conocida como justicia, practicando la compasión y caminando humildemente sobre esta tierra, en el tiempo que es nuestro,
junto con otros, ante el misterio que nos trasciende a todos.
Este es nuestro llamado, el suyo y el mío: atender y servir a la frágil llama en todas nuestras almas, hasta
que ardan con la llama continua de la misión de sanar el alma de la democracia y el alma de nuestro mundo.
(Video: George Harrison en el concierto por Bangla Desh: While my guitar gently weeps)
Partidario de la buena educación, soy de los que creen que se empieza por dejar de dar los buenos días al entrar en la panadería de buena mañana y se acaba ametrallando a las viejecitas por las aceras con esos AK 47 automáticos rusos que estos días están causando furor --nunca mejor dicho-- en Georgia. El manual de urbanidad que nos daban en el cole --¿ediciones Bruño?-- nunca fue de mi agrado, pues a edad bien temprana un servidor ya tenía un acentuado sentido de repugnancia ante lo cursi. Para mi, personas bien educadas eran mis padres: "da las gracias", "saluda como es debido". En aquel entonces --cuando los dinosaurios dominaban la Tierra-- la educación se asimilaba a la cultura, ese bien tan apreciado por las clases trabajadoras, en el que se intuía cierto poder liberador, o por lo menos de desclasamiento. Como un servidor no conocía entonces a ningún rico, aún no sabía que ser maleducado no solo no era privativo de ciertos patanes criados en mis proximidades, sino que la humanidad pastosa puede aventajarles en esa habilidad, y de qué modo.
Mi padre sí que conocía gente rica, pues trabajaba para ellos: era barman en el Círculo Ecuesre, donde conoció de todo. Mi señor padre no tenía un duro en el bolsillo pero era incapaz de salir de casa sin haberse afeitado. Cuando vio que el nene apuntaba maneras, me regaló un diccionario enciclopédico en tres volúmenes de la editorial Ramón Sopena, luego Las Mil y una Noches, y finalmente, la Historia Universal y la Geografía Universal del Instituto Gallach. Siguen ahí, en mi biblioteca, el diccionario en la de mi hija. Igual que mi padre con el afeitado, un servidor, a los 10 años, se hubiera dejado cortar una mano antes de ser sorprendido haciendo una falta de ortografía.
El pasado curso hallé, el primer día de clase, que un alumno nuevo entró en el aula y se sentó sin quitarse una descomunal gorra que llevaba calada hasta las cejas. Una gorra de esas que llevan los personajes de las películas en que sale Dan Aykroyd --es mi ídolo-- pilotando pickups viejas y, con suerte, escuchando a Les y Mary Paul en el radiocasete. Con la mayor discreción y sin referirme directamente al interfecto, hice notar que permanecer cubierto en un local techado era considerado un signo de paletez, y hacerlo en un aula, una clara muestra de mala educación. El alumno era un joven mayor de 18 años pero nadie le había informado nunca de nada semejante. Personalmente, no creo que los jóvenes de ahora sean más maleducados que los de antes; generalmente suele suceder lo contrario. Sí lo son sus padres, una generación que ha vivido el derrumbe del falso moralismo franquista sin que haya sido sustituído por una verdadera moral cívica republicana, y digo republicana refiriéndome no a la forma de gobierno sino a la concepción de la sociedad. "Què fan els infants? El que veuen fer als grans". Por eso van tras los títulos y el ansia de ganar dinero: han sido educados así.
Cuando Nicolás Sarkozy llegó a la presidencia de la República Francesa se estrenó remitiendo una carta a todos los enseñantes franceses en la que llamaba a recuperar los buenos modales en el aula. ¡De qué modo excitó las papilas de los jóvenes reaccionarios de aquí, clamando todos por que las aulas universitarias se levantaran como un solo hombre a la entrada del profesor! ¡Por fin se iba a ajustar las cuentas al disolvente sesentayochismo y Cataluña iba a regresar a las esencias noucentistas! (Y d'orsianas, puestos ya a pedir). Sentí entonces el mismo repelús que ante los viejos libros de urbanidad; no se trataba de una proposición de civismo republicano sino del viejo y conocido olor de la apelación a la ley y el orden.
La dessesentayochización de la sociedad occidental no es una reclamación reaccionaria actual. Si se mira bien, la trayectoria de los Poderes, desde entonces hasta ahorita mismo, no ha sido otra que abundar en ese empeño. Si hay algo que demuestre que lo que sucedió en torno a aquel año fue, o estuvo a punto de ser, un gran cambio social, es que causó una reacción que ha durado cuatro décadas. Pues el 68 no fue solamente Nanterre sino algo más, mucho más: la nueva izquierda americana, el pacifismo, el rechazo de la guerra de Vietnam, la contracultura, la agitación esudiantil mexicana, los Juegos Olímpicos en México y los atletas partidarios de los Panteras Negras en el podio, la música, con los festivales folk, Monterrey Pop y Wight, el movimiento pro derechos civiles, la marcha sobre Washington y la hegemonía de la NAACP en el movimiento negro, la primavera de Praga, el rechazo del comunismo en los países del este y la apelación a un socialismo "de rostro humano", con Alexander Dubcek y Jiri Pelikan, la sintonía de las avanzadas militantes jóvenes de España con todo ese movimiento. Y mucho, mucho más. ¿La prueba de que la reacción fue terrible y de que no se andaba con chiquitas? El asesinato de Martin Luther King y Bobby Kennedy, dos por el precio de uno (de allí hasta Bush pasando por Reagan pasa una línea directa tirada con tiralíneas. La ilusión por Obama responde al cansancio de esa prolongada reacción, quizás porque la energía espiritual de Teddy Roosevelt, y sobre todo, su esposa iluminada, Eleanor, es muy potente).
Andaba yo en esas cuando, la otra noche, me topé en la cadena Arte con el Concierto por Bangla Desh que organizó George Harrison en 1971. Relajado y fresquito, me puse a ver qué tal quedaba aquella música 37 años después, con Harrison, Eric Clapton, Billy Preston, Ringo Starr, Badfinger, Leon Russell, Bob Dylan et alia. Lo que me sorprendió no fue la exquisitez de las canciones, que han superado el paso del tiempo y son ya clásicas, ni la interpretación creativa de todos los artistas, ni aquellos rostros y figuras que fueron la inspiración de mi juventud. Lo más sensacional de todo fue darme cuenta de su exquisita educación. Era un estar en escena apasionado y contenido a la vez, una actitud delicada entre los músicos y ante el público, una maravillosa energía que unificaba todo lo que vivía allí sintonizado en esa onda. Y en un momento dado, George presentó a un bajista de acompañamiento, diciendo: "Muchos habreis oído hablar de él, pero pocos lo han visto: Klaus Voormann". El beatle tuvo el detalle de destacar al viejo amigo que les ayudó en su gira por Alemania antes de que fueran famosos y diseñó la portada del álbum Revolver; nada podía haber sido más exquisito.
La ancestral cultura sinojaponesa nos ofrece la exquisitez en el cultivo de las formas como un camino de acceso a las profundidades del espíritu. Lo que yo ví en el concierto de Bangla Desh 37 años después fue que esa sintonía exquisita en escena era una muestra del Espíritu en acción. Quizás uno de los muchos nombres de la espiritualidad sea el aprecio por el otro: la buena educación, que es una de las formas que adopta la Buena Voluntad, que es la más poderosa, profunda y alta energía espiritual del universo.
Eso fue algo que entendió bien Alan Watts, que pasó de ser clérigo episcopaliano y monje zen a convertirse en uno de los mayores filósofos del cambio cultural de los 60. Watts buscaba en la cultura asiática ese modo de vida gentil del que occidente ha huído, y proponía como vestimenta masculina el uso del sarong en lugar del traje. Alguien le objetó que la falda del sarong era un obstáculo para correr detrás del autobús, y Alan respondió: "Un caballero nunca corre detrás de un autobús". No era dandismo sino sentido de las proporciones.
En uno de los blogs que sigo, Xiruquero-Kumbayà dice que el mero hecho de escoger una postal para mandársela a alguien implica en si mismo un gesto de amistad. Este amigo excursionista propone recuperar la costumbre de enviar tarjetas postales, un tanto alicaída en medio del auge de la red. Es cierto: el correo electrónico nos ha permitido recuperar la correspondencia, y las redes sociales, el mantenimiento cotidiano de la amistad, pero falta ese detalle de enviar una postal desde el lugar de vacaciones, el viaje, o aquel punto del mundo en que nos encontramos, diciendo "me gusta estar aquí y esa emoción me lleva a compartirlo contigo". Compraré tarjetas postales y haré caso al colega del blog de mochila. Con los tiempos que corren, mandar postales puede ser algo tan raro y exquisito como el sarong de Alan Watts. Por lo menos, un acto de buena educación. Y quizás una vía directa al Espíritu, el cual, como es sabido, sopla donde quiere. Buenos días, lector, y usted perdone el excurso.
Profesor del Departamento de Periodismo de la Universidad Autónoma de Barcelona. Investigador en internet y sociedad. Periodista desde 1967 en prensa, radio y televisión. Editor del portal informativo Jaraba Internet, www.gabrieljaraba.com
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