Leído en uno de los Twitters que sigue Clara (cita de Leonard Cohen);
Todas las cosas están resquebrajadas. Y es por esas grietas por donde entra la luz.
Leído en uno de los Twitters que sigue Clara (cita de Leonard Cohen);
Todas las cosas están resquebrajadas. Y es por esas grietas por donde entra la luz.
Pues yo no tuve una infancia desgraciada, ni nada. Ya sé que no mola, pero qué otra cosa voy a decir. Por supuesto, en casa éramos lo que entonces se decía pobres, es decir, trabajadores manuales, y encima, rojos derrotados en la guerra civil (el día que, aún muy niño, mi padre me dijo que los rojos éramos nosotros, me llevé un alegrón). Fueron de aquellos que, al día siguiente de entrar las tropas de Franco por la Diagonal, hubieron de levantarse para ir a trabajar. Bueno, en el caso de mi padre, como tantos otros miles, hubo de chuparse una temporada de campo de concentración y repetir el servicio militar, con el uniforme de quienes acabaron con los sueños de su generación.
Así que las primeras alegrías que mis padres tuvieron después de aquel tsunami social fueron, justamente, ver a su hijo alegre e ilusionado ante los regalos que me traían los Reyes Magos el 6 de enero. Aun hoy recuerdo uno por uno todos aquellos juguetes que me esperaban, empaquetados, en el recibidor del pequeño piso del Poble Sec tal día como hoy hace una cincuentena de años. También mis padres recordaban, cuando yo era adulto, la emoción y el temblor de manos de aquel chiquillo gafudo y cabezón, plantado ante el montón de regalos sin atreverse a escoger uno. Porque mis padres eran, como se dice, pobres pero honrados, y conseguían con una habilidad tremenda que los Reyes Magos me dejasen unos juguetes que, vistos hoy día, no son moco de pavo. Llegué a convertirme en un verdadero ingeniero del Meccano, experimenté en artes escénicas con el circo Airgam y me inicié en el vicio del juego con los Juegos Reunidos Geyper. Y los libros, oh los libros, que me dieron a conocer a Tom Sawyer, Huckleberry Finn, Guillermo Brown, los Tres Mosqueteros, Robinson Crusoe, el capitán Acab, Heidi, el profesor Lidenbrock viajero al centro de la Tierra, Sir Edmund Hillary y el sherpa Tenzin Norgay (quién me iba a decir entonces que acabaría teniendo amigos sherpas y que el té tibetano que se toma en el Himalaya es una asquerosa y salada sopa de manteca... a la que me he vuelto adicto). De lo que no había manera era de que Sus Majestades se avinieran a traerme un tren eléctrico, con lo que se demuestra que los problemas ferroviarios que nos aquejan a los catalanes vienen ya de muy lejos.
Fui, pues, un niño con juguetes, y bien que los aproveché. Jugué con todos ellos, mucho y a fondo, y aprendí con ellos el mejor de los juegos, que es el interés por las cosas y la ilusión por la vida. Hay quien cree que ser pobre es ser carenciado --qué magnífica palabra argentina-- y aunque en muchos casos sea verdad, en nuestro entorno de aquel tiempo nuestros padres se cuidaban mucho de que no faltase lo suficiente para llevar una vida digna. Un día, una amiga que viene de una familia muchimillonaria (como se decía en los tebeos del Pato Donald del tío Gilito) me dejó helado con una frase: "Es que a vosotros, los hijos de los obreros, vuestros padres os querían".
Mi día de Reyes de cada año era la culminación de una vida feliz, cuyo encanto era que, aun creyendo que era la magia de los tres astrólogos zoroastrianos quienes producía la lluvia de regalos --como sigo creyendo firmemente hoy día-- estos estaban indisolublemente ligados a la bondad de mis padres y mis abuelos. Estoy convencido de que esa bondad expresada tan fehacientemente me ha vacunado de muchas estupideces y sufrimientos, aunque no me ha ahorrado muchos otros, como es natural y debido.
Ya en aquel entonces se decía que los Reyes nos traían demasiados regalos, y que no era bueno mimarnos tanto con tantos juguetes. Y una mielda, compañero, como dicen los cubanos. Nada sobra al que poco tiene. Los juguetes están hechos para los niños, y los regalos son el vehículo de la buena voluntad, pues, como dice Aquél, ¿quién es capaz de, cuando su hijo le pide un pan, darle una piedra? No, no sobran hoy regalos, lo que sobra es tontería, y lo que falta es la presencia cálida de los padres, silenciosos, mirando desde su estatura a los enanos, gozando de su emoción y cubriéndoles con un manto sutil que es la energía del amor que brota del corazón.
En el budismo hay una figura arquetípica que representa el amor y la bondad. Se llama Avalokitesvara en sánscrito, Chenrezig en tibetano, Kuan Yin en chino y Kannon en japonés. En unos casos es una figura masculina y en otros, femenina. Pero el significado de su nombre es "aquél que mira desde lo alto de manera bondadosa y amorosa a todos los seres". Un día me di cuenta de qué tipo de mirada era esa: era la mirada de mis padres cuando seguían con la vista mi carrera, pasillo allá, en busca de los regalos de los Reyes Magos.
Esta noche de Reyes he tenido un regalo. He soñado que estaba sentado a la mesa con mis padres, y allá, en el mundo que está más allá del tiempo y del espacio y en el que se cumplen todos los deseos, les decía lo bien qué recordaba aquellos momentos mágicos de la mañana de Reyes. Y en mi sueño de esta noche, he vuelto a ver la mirada de mis padres y su sonrisa, alegres los tres de recordarlo juntos, en eso que dicen que es un simple sueño y que por lo tanto, no existe ni es real. Coño, si es real. Chenrezig. Un pan y no una piedra. Y una mielda, compañero.
Santa Claus visto con ojos budistas (y escrito con humor). Las cosas vistas desde lejos se ven mejor. The Maha-Santa Claus Sutra.
Vía: Clara Llum Ibáñez (maestra budista y bromista leridana).
¡Feliz Navidad, amigos y lectores de este blog! Que la luz del solsticio de invierno traiga paz y amor a todos los seres y que la Luz Primera de la que es metáfora haga que nos demos cuenta de que la Luz que mueve el universo no es otra que la que mora en nuestras entrañas y se llama Buena Voluntad.
Me gustan las Navidades, y su metáfora de renovación y vida. Me encanta la Luz como símbolo inagotable de la Razón, cuya manifestación última es el Amor, puesto que el corazón tiene razones que la razón no entiende si esta se queda en raciocinio y no se sumerge en las profundidades metarrazonables donde todo es sí y no existe el no, donde ni siquiera todo es uno, sino que todo es no-dos.
En Navidad quiero que las calles estén profusamente iluminadas y los ecaparates llenos de regalos. Porque la culpa de que haya quien no los disfrute no la tiene el modesto ciudadano que goza halagando a los suyos sino los sátrapas que mantienen a los pueblos bajo las botas de la ignorancia y la miseria, y con ellos, quienes los sostienen y el sistema perverso que los alimenta. Y creo que la generosidad doméstica de los turrones es un buen ensayo para la gran generosidad universal de la derrota de la opresión.
Todos los relatos utópicos han caído, pero la leyenda de la Navidad sigue viva. ¿Gracias a los almacenes y a la publicidad? Bienvenidos sean, ¿acaso no es una buena contribución a la Buena Voluntad el distribuir regalos y bienes? ¿Bienes innecesarios y supérfluos? Claro que sí; innecesario y supérfluo es todo lo que va más de un taparrabos para vestir y una cáscara de coco para beber agua. ¿Eliminamos lo supérfluo? Vale, tomemos ejemplo de Pol Pot, que quiso llevar ese pensamiento hasta sus últimas consecuencias. "Donde no hay publicidad resplandece la verdad", decía una sección de la revista humorística La Codorniz. No, donde no hay publicidad hay un estado totalitario que sabe que la tristeza y la pena de los corazones es la mejor arma de dominación. Y desaparecido ese sistema, no ha resurgido ningún valor progresista de aquellas austeridades, sino ambición, materialismo, rapiña y fascinación por la violencia. Ni un solo vestigio de pedagogía cívica tras tanta ausencia de publicidad, comercio, consumo, luces y escaparates.
Me gusta ver a las familias cenar y comer juntas. Sí, la familia está anticuada, pero hay algo peor: que no haya familia sino madres solas con hijos, como en los suburbios degradados de las grandes metrópolis, como tantas jóvenes sirvientas sudamericanas que trabajan entre nosotros, como tantas jóvenes del llamado tercer mundo. Mujer sola, joven y con hijos, candidata a la miseria, la soledad, la tristeza y la opresión. Quiero también muchas de esas anticuadas familias para ellas.
Me gusta que nos traigan regalos los Reyes Magos, Papá Noel, el Tió, el Olentzero y todos esos personajes que "no existen". Vaya si existen, yo los he visto a todos ellos. No se ven a simple vista porque están escondidos en los corazones de los padres y madres que aman a sus hijos, y son poderosos porque las ideas que les dan vida son más potentes que la energía de mil plantas generadoras nucleares multiplicadas por mil. Claro que esos padres son derrochones, compran tonterías y se gastan el sueldo en chorradas electrónicas o de cualquier otro género. ¿Quién se atreve a censurar que un trabajador que se gana la vida con esfuerzo haga con su jornal lo que le salga de las narices? ? ¿Por qué será que quienes censuran el derroche de los otros no son capaces de dar ni la m. que c.? (Las personas verdaderamente pastosas que conozco nunca me han invitado ni a un café, excepto el lotero Xavier Gabriel, que conoce el poder de esa energía de la Buena Voluntad y cuya Bruja de Oro pertenece a esa categoría de seres luminosos ilusionantes).
Me gustan las risas, la amistad, el compañerismo, y fumarme un puro después de la comida de hoy. Me gusta ver reír a mi suegra, feliz y en su particular burbuja de conciencia de olvido, y me acuerdo del queridísimo Jordi Solé Tura y de la esposa de mi más querido aún maestro de mi infancia, don Salvador. Me acuerdo de los padres que hoy no estarán con nosotros físicamente, pero me alegro de saber que en esas profundidades luminosas no hay no y todo es si, y por tanto nada muere.
Como podéis ver, sigo siendo supersticioso e irracional. Vale. Feliz Navidad.
De vez en cuando, a los pioneros de las cosas hippiosas y beneficiosas nos llega una alegría, como la buena acogida que está teniendo el Reiki entre los pacientes de oncología y el personal médico del hospital Ramón y Cajal de Madrid. Ver vídeo.
En la asociación de terapeutas Reiki en Cataluña vamos recopilando información clínica sobre Reiki para su investigación científica, y el voluntariado hospitalario y social en esta práctica.
Esta mañana he asistido a la reunión que se ha celebrado con el Dalai Lama en la Casa del Tibet de Barcelona, con motivo de la visita del líder espiritual tibetano a la capital catalana. Igual que cada vez que he estado cerca de esta persona, puedo declarar que la impresión que deja es de esclarecimiento mental, calma emocional y ecuanimidad. Durante los últimos 18 años he estado varias veces con Tenzin Gyatso, algunas de ellas visitas privadas, parte de ellas publicadas como entrevistas periodísticas y parte como contacto personal. Hace casi dos décadas tan sólo cuatro periodistas de toda España intentábamos divulgar la importancia de ese hombre y su mensaje, y ahora todos los medios siguen de cerca sus actividades. Me alegra ver que, aunque sólo sea por una vez, la sensatez se impone y los medios masivos atienden a sus acciones y palabras llenas de sentido común.
En la reunión, en la que no estaban presentes periodistas en servicio profesional, el Dalai Lama ha hecho gala una vez más de su sensatez. Me ha alegrado oirle decir algo que me comentó en privado hace años: se considera socialista y marxista, aunque no comunista, y simpatiza con los partidos socialistas y los movimientos verdes. En sus primeras entrevistas con Mao Zedong quedó impresionado por la dedicación desinteresada de los primeros líderes revolucionarios chinos a sacar al pueblo de la miseria, y le dijo al presidente chino que él mismo estaba dispuesto a ingresar en el partido comunista si ello podía aportar progreso al pueblo tibetano. Luego se dio cuenta de la distancia que había entre las palabras y las intenciones de los dirigentes chinos respecto a Tíbet y observó que ellos consideraban el budismo tibetano como un peligro de primer orden para su sistema. Una aclaración interesante fue que la idea de invadir Tibet se la dio Stalin a Mao, cuando éste le planteó su propósito de ocupar Taiwan, ante la posición de la isla china en el status quo de la guerra fría. Eso confirma el gravísimo error de los gobernantes tibetanos en 1948, cuando la recién creada Organización de las Naciones Unidas les propusieron el ingreso del Tibet.
El Dalai Lama, en la reunión de esta mañana, ha apelado a sus amigos de Barcelona a centrarse en la meditación analítica, la reflexión y el estudio antes que en la devoción, y ha propugnado un diálogo sistemático con la ciencia, especialmente la física, las neurociencias, la ecología y la psicología. Ha reclamado explícitamente que las Casas del Tibet deben ser centros de estudio y de discusión, llamando a los científicos y a los creyentes de otras religiones --ha mencionado explícitamente a los musulmanes, los cristianos y los judíos-- y a los no creyentes, agnósticos y ateos. Ha precisado que esos centros no deben dedicarse a servir solamente a los budistas o a los simpatizantes de la causa tibetana sino a toda la comunidad ciudadana.
El Dalai Lama ha indicado que la práctica espiritual que propone, y que es la suya propia personal, es la meditación sistemática sobre el altruísmo, la interdependencia de todos los fenómenos y seres, y la ausencia de identidad inherente.
Todo eso se ha dado en el marco de declaraciones generales, a lo largo de su estancia, sobre la necesidad de separación religión-estado, la necesidad de enseñanza laica y sin proselitismo religioso y la necesidad de un marco civico, político y cultural de caracter laico como escenario democrático para todos.
El contraste de esas posiciones con los nuevos vientos de integrismo cristiano imperantes son evidentes. No lo son menos con el recelo acrítico que muchos izquierdistas laicos muestran hacia todo lo que suene a espiritualidad (esas acusaciones de "religión de las figuras de Hollywood" que se lleva el budismo tibetano son consecuencia de esa pereza mental y mezquindad moral). Pero también con el emocionalismo que muchas personas que conocen recientemente el budismo y los lamas muestran, proyectando en ese nuevo hecho viejas actitudes propias de escenarios religiosos periclitados en la historia, aunque tomen visos de nueva era.
El Dalai Lama permanece como océano de sabiduría, testimonio de ecuanimidad y fuente de bondad y sensatez.
Me entero, sorprendido, de que Hannah Nydahl ha fallecido a los 61 años de edad. A la mayoría ese nombre no les dirá nada, pero para los hippies y posthippies que miraron hacia Kathmandú en busca de inspiración espiritual, su nombre marca toda una época. Es la coprotagonista del libro Cuando el pájaro de hierro vuele, escrito por su marido Ole Nydahl, que cuenta la historia de una pareja que fue a pasar su luna de miel al Nepal y se convirtieron en los primeros discípulos occidentales del XVI Gyalwa Karmapa, uno de los grandes lamas tibetanos, con quien convivieron en su monasterio de Sikkim. Ole y Hannah se convertirían en unos de los primeros lamas occidentales, transformados de hippies en busca de un viaje espiritual en maestros de vida.
Conocí a Hannah hace algunos años, en una de sus primeras visitas a nuestro país, durante la cual les hice de traductor. Lama y maestro plenamente cualificado, Ole explicaba los fundamentos del budismo en camiseta y tejanos, sentado sobre --y no ante-- una mesa, y yo lo mismo, traduciéndole del inglés al español y al catalán. Su estilo es vigoroso y a veces polémico, es un líder espiritual laico y su principal afición es saltar en paracaídas y correr en moto a toda velocidad. Enérgico y atlético, fue boxeador en su juventud. Lo primero que me contó al saludarme fue que en su primera visita a nuestro país fue detenido por un guardia civil por discutir con él y darle un mamporro. Fue, cómo no, en Canet de Mar, nuestro Woodstock particular. Y es que Ole Nydahl siempre se ha declarado clara y rotundamente antifascista en sus charlas y en sus textos.
El título del libro de Ole y Hannah aludía a una profecía de Padmasambhava, el introductor del budismo en el Tíbet: "Cuando el pájaro de hierro vuele y los caballos anden sobre ruedas, los tibetanos serán dispersados por el mundo como hormigas y las enseñanzas espirituales llegarán a las tierras de la gente de rostro rojo". Como se vé, este ser iluminado fue igualmente eficaz en preverer el desarrollo del transporte. Ole y Hannah Nydal fueron los vehículos del cumplimiento de esa profecía, y este matrimonio danés fueron quienes trajeron el budismo tibetano a Europa.
Ambos me dejaron una impresión excelente, que no se ha alterado después de las polémicas que les han rodeado con motivo de la elección del nuevo Karmapa. Son un verdadero antídoto contra cierto estilo relamido y monjil que suele acompañar demasiado a menudo la manera de hacer de los occidentales que se aproximan al budismo. La pareja y sus colaboradores han fundado cientos de centros budistas en todo el mundo y han cumplido la promesa solemne que le hicieron a su amigo y maestro, y a si mismos. Ole y Hannah muestran el verdadero rostro radiante del budismo, en medio de tantas personas que tratan de parecer espirituales poniendo gesto mustio y hundiéndose en la abulía.
Recuerdo a Hannah con su característica agilidad, sentido práctico y trato divertido y coñón. Nunca la olvidaré y seguiré aprendiendo de ella.
"Estoy tan vivo como tú. Ahora estoy de pie erguido junto a ti. Cierra los ojos y mira".
Inscripción en la cueva de la tumba de Jalil Gibran.
Leído en una crónica de Tomás Alcoverro en La Vanguardia de hoy.
La desaparición de nuestros mayores nos hace crecer. Cuando se van, nos quedamos más solos, y nuestra mirada hacia el mundo no es la misma. El viernes por la noche murió mi suegro, después de pasar casi dos meses muy malito, después de una visita urgente al hospital. Tenía 89 años, y mi suegra, de 84, se ha quedado tan mustia que me da mucha pena. Me la llevaré conmigo a pasar una buena temporada en las montañas de Sitges, cara al mar y entre flores.
Quiero a mis suegros como si fueran mis padres. Estos días recuerdo cuando aparecí por su casa, un pequeño y viejo piso del barrio de Sant Pere, en Barcelona, que haría las delicias de quienes propugnan micropisos para jóvenes mileuristas. Yo era un jovencito peludo que perseguía a la hija mayor de aquel carpintero que, de joven, defendió a la República y a Cataluña con las armas --y no con la lengua descarada, el oportunismo y el aventurerismo de quienes se dicen ahora republicanos y catalanes-- formando parte de aquella generación que, el día siguiente de ser derrotada, tuvo que ir al taller a trabajar. Peludo, guitarrero y rojo, aquel matrimonio de trabajadores --ella, hija de uno de los últimos pescadores de la Barceloneta-- me dieron todo lo que tenían: amistad, comida, cariño y calor. Me río yo en los morros de los carcas "defensores de la familia" que sólo defienden sus privilegios y el oscurantismo. Aquí la familia la han defendido los trabajadores con su calidez, su solidaridad y la sencillez en la entrega de sus relaciones. En los servicios funerarios aparecieron tíos, primos y parentela general, desde Miguelito, ex trabajador del matadero municipal; Conchita, señora de la limpieza y afectada de la lipoartrosis que contamina las oficinas en que trabaja; Jordi, pintor y presidente de la asociación de amigos del "caganer" y un montón de buena gente que se admira de que, cuatro décadas después, yo ya no luzca el melenón con el que me conocieron y me abraza con afecto sincero.
Nunca he temido a la muerte ni me ha impresionado demasiado. No por ninguna creencia metafísica especial, sino por la evidencia de que, en una realidad absolutamente impermanente, la muerte es condición y fuente de la vida. Sí me conmueve el sufrimiento ajeno. Pero la desaparición física me parece una eventualidad más en un mundo-universo que es fundacionalmente bueno y amigable. El año pasado mi madre; este, mi otro padre; transcurrir por esos jalones de la continuidad de existencia me hace sentir una rara serenidad. Los antiguos griegos llamaron al mundo Kosmos: bello y ordenado. No hay absurdo, como creyeron los fatales nihilismos; este Kosmos posee un Logos: es lógico; racional y comprensible. La muerte no es absurda, sino un gesto elegante de despedida, para hacer sitio a otros que vienen a pasar con nosotros un día de clase en este gran colegio.
Ahora me doy cuenta de que he pasado dos meses tremendos, desde que mi suegro salió del hospital. Mi mujer hemos vivido con un pijama y una muda en el maletero del coche, pues no sabíamos si al final de la jornada deberíamos quedarnos a hacer compañía a los ancianos en su casa. Me he convertido en un experto de las mil posturas adecuadas para dormir en el sofá del comedor. No he tenido prácticamente tiempo más que para ganarme la vida y para ir con mi mujer a cuidar a sus padres, que no podían estar solos. Ahora hemos conseguido que lo haga una chica ecuatoriana, que por cierto ha dejado a sus tres hijos en su país para poder darles de comer haciendo de sirvienta. Mi querido Antonio Piera reflexionaba recientemente sobre la vigencia de la lucha de clases. Caramba, por no decir cojones; si todo esto de ahora no es una división de la sociedad en clases antagónicas no sé yo qué debe ser, porque la gente cruza el charco para ganarse 800 putos euros...
Pero repito: este Kosmos es bueno, bello y lógico. Y nos sentimos humanos gracias, precisamente, a la conciencia de la muerte.
Mi viejo amigo Josep Maria Puigjaner publica hoy en La Vanguardia un artículo con este título que reproduzco íntegramente y que suscribo con entusiasmo. Puigjaner fue, en los años 70, cuando era sacerdote jesuíta, director de la revista Mundo Social, en la que nos dio la oportunidad de ir publicando cosas a los chavales que empezábamos a hacer periodismo. Siempre ha sido un hombre bueno y clarividente.
La lucha contra el ateísmo ha sido uno de los adjetivos más aireados por las iglesias cristianas durante todo el siglo XX. El ateísmo, históricamente, era un concepto que parecía inextricablemente unido a una concepción materialista de la vida y contraria a todo género de espiritualidad. Pero hoy, se nos plantea un ateísmo diferente. Es el del filósofo francés Comte-Sponville, quien pone sobre la mesa un tema singular en nuestro mundo occudental, ávido de poseer bienes a toda costa, dejando al margen las consideraciones espirituales. En su reciente obra El alma del ateísmo, Sponville afirma que lo importante no es Dios, ni la religió, ni siquiera el ateísmo, sino la vida del espíritu. "Podemos prescindir de la religión --dice-- pero no de la comunión, ni de la fidelidad, ni del amor. Que yo no crea en Dios no me impide poseer una espiritualidad ni me dispensa de servirme de ella".
El pensador francés se autodefine como un ateo no dogmático. Se propone guardar fidelidad a la vida, a unos valores, a una historia, a una comunidad. La fe es una creencia. La fidelidad es una adhesión, un reconocimiento, un compromiso, que consiste en aspirar a altas cotas de humanidad. Éste es el primer deber, al que nadie puede renunciar ni creyentes ni no creyentes, de manera que lo que da valor a una vida humana no es la fe, ni tampoco la esperanza, sino la cantidad de amor, de compasión y de justicia de la que cada uno es capaz.
La palabra espiritualidad, demasiado vinculada a una concepción religioso-católica tradicional de la vida, está en momentos de baja cotización. Pocas personas parecen hoy interesadas en la prácica de una espiritualidad tendente a huir de la realidad terrena. La espiritualidad que propone Comte-Sponville se nos presenta como una aspiración vital apetitosa y deseable. Más aún, necesaria. Es una espiritualidad digna de ser introducida en el tiempo vital del hombre del siglo XXI, para tratar de experimentar esas importantes realidades interiores que llamamos plenitud, simplicidad, serenidad, libertad, paz.
Se trata, pues, de una espiritualida a la que puede acceder cualquier persona, por ejemplo, en la cálida interioridad de una capilla románica, en la impresionante verticalidad de una iglesia gótica, o simplemente en la fusión con la naturaleza, sea contemplando el horizonte marino o una cumbre montañosa. Pero una espiritualidad no de repliegue, sino de apertura al mundo que nos envuelve y a los otros hombres que andan a nuestro lado luchando por vivir, deseando saltar por encima del dolor, de la tristeza, de la adversidad o de cualquiera de los horrores que entre todos provocamos.
Pensadores no creyentes se enfrentaron en el siglo XX con los problemas de la existencia y del gran misterio de la vida, situándose al margen de las religiones, armados sólo de una impresionante humanidad y de una sincera fe en los recursos interiores de la persona humana. Son difícilmente olvidables los nombres de Albert Camus, Karl Popper o Edgar Morin, grandes ateos, y también grandes espiritualistas. En esta circunstancia de principios del siglo XXI, ante el estado de desorientación interior que afecta a millones de personas, la espiritualidad que dibuja Conte-Sponville merece una gran atención. Más todavía, una fuerte adhesión. Hemos acabado por creer que religión y espiritualidad eran sinónimos, pero eso no es así. Han existido y siguen existiendo auténticas espiritualidades que no eran y que no son religiones. Es cierto que las reliciones han hecho y hacen su trabajo en el ámbito del espíritu. Pero la opción de un cierto ateísmo humanista es enormemente válida para no dejar al mundo huérfano de perspectivas espirituales imprescindibles.
Profesor del Departamento de Periodismo de la Universidad Autónoma de Barcelona. Investigador en internet y sociedad. Periodista desde 1967 en prensa, radio y televisión. Editor del portal informativo Jaraba Internet, www.gabrieljaraba.com
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