Rickie Lee Jones titula una de sus últimas canciones The Gospel of Carlos, Norman and Smith, en homenaje a John Carlos y Tommie Smith, los dos atletas negros que levantaron el puño saludando como los Panteras Negras en el podio de los Juegos Olímpicos de 1968, yPeter Norman, el atleta australiano que les acompañaba y quien les sugirió el gesto. La foto de los tres presidía la sala de estar de mi casa en aquella época.
La necrofilia periodística es una obligación de la actualidad cuya perversión no reside en su práctica misma sino en el insano ejercicio de bailar sobre las tumbas de los finados. Forma parte del código de estilo no escrito y no asumido de los medios echar mano del registro "monstruoso" para poder encasillar al objeto de la reseña en un nicho, valga la rebuznancia. Es una muestra más del empobrecimiento de las redacciones que no se debe al estado de la profesión sinó a lo peor de nuestro ADN: el gacetillerismo irreflexivo. Porque, vamos a ver, de qué extrañarse si un artista, vivo o muerto, es excéntrico; si hubiera sido un señor normal se hubiera dedicado a empleado de banca, dicho sea con todos los respetos para esta noble profesión. Los artistas están para eso, para llamar la atención y salirse de la norma, es decir, no ser normales. Para llamar la atención hacia su producto, para aportar interés al espectáculo y, las más de las veces, para sobrevivir en una industria cuya crueldad convierte al mobbing usual en las empresas industriales en un halago de chiquillos.
No me pareció Jackson más freak que Madonna, por poner un ejemplo. Y qué me dicen del careto de Keith Richards, a quien todos ríen las gracias, con esa pinta de haber salido de una pesadilla de John Landis. Ahí está la cruda verdad, amigos: del colega de Mick Jagger no se ríe nadie porque se le teme, y de Michael Jackson uno se podía cachondear porque era simplemente un niño rico y malcriado, o eso se le suponía. Es decir, la ley de la chulería callejera asumida por los ciudadanos de bien.
Ninguna "rareza" de este artista supera cualquier extravagancia con las que nos han deleitado las estrellas de Hollywood desde los felices veinte. Además, fijáos que los gacetilleros, cuando un grupo o artista famoso llega de gira, señalan sus "exigencias caprichosas de gran estrella", como cientos de toallas limpias, fuentes de frutas o un piano en la habitación. Vamos a ver, cuando te pasas tres o cuatro meses fuera de casa, viajando en todo tipo de transportes, de ciudad en ciudad, sin los objetos habituales de tu entorno, o te creas un ambiente doméstico mínimamente cómodo o te vas a hacer puñetas. Las toallas sirven para secarse el sudor en unas jornadas de escenario y no digamos de ensayos en las que se queman caloría a puntapala, tan exigentes o más que cualquier ejercicio atlético; la fruta, bueno, lleguen ustedes al hotel a las 4 o a las 5 y pidan al servicio de habitaciones un refrigerio potable y verán qué risa, y el piano, pues caramba, qué cosa más rara que los músicos necesiten un piano para hacer pruebas en privado. Durante mi etapa de reportero musical me las ví y me las deseé para conseguir que algún qué otro jefe de sección entendiese ésto.
No creo que Michael fuera pedófilo. Dado el entorno social y legal de Estados Unidos, y el resurgir de los puritanismos victorianos disfrazados de progresismo, y dada la más que reconocida figura del padre inescrupuloso espoleado por leguleyos para extorsionar a los famosos, las dudas son más que razonables. ¿Y Neverland, el zoo, los juguetes? ¿Porqué no se cuestiona pues el Graceland de Elvis, lugar de peregrinación consagrado? Y la compañía de Liz Taylor o alguna qué otra estrellona, pues qué quieren que les diga, mucho más provechosa que según qué otra. Personalmente me han gratificado más mis conversaciones con Sara Montiel que algunas otras que prefiero olvidar.
Lo que me parece realmente notable del esfuerzo que Michael hizo por sobrevivir en la selva fue, de todos modos, lo que más se le ha criticado: el blanqueo de la piel y la cirugía estética. Se atrevió a romper con algo sagrado: la determinación genética que le aherroja a uno a un grupo racial, incluso un sector social. Nuestro artista ya tuvo lo suyo durante los años de explotación en la Tamla Motown, cobrando --junto con sus hermanos-- medio centavo por single vendido y dos centavos por elepé. Me imagino que cuando los mitómanos elogiaban a aquella meca de la cultura negra, él se cagaba en toda su parentela. Michael Jackson emprendió una huída, desde la fealdad, la explotación y la violencia, hasta lo que él consideraba un mundo posible de paz, belleza e inocencia. Se lo quiso comprar y fabricar a medida porque no disponía de otros medios. Sacó su música de la determinación racial y la elevó al olimpo del pop representado por aquella combinación de ritmo y melodía que alegró las vidas de los adolescentes desde el final de la guerra. Y tuvo como aliado a Quincy Jones, que es como ser escritor y que te protaja Borges vivo.
Personalmente, nunca me ha interesado demasiado la música de Michael Jackson, pero he admirado que inventase el videoclip moderno. Ahora, cuando la chusma bailotea sobre su tumba, me merece más respeto.
Ah, por cierto, por lo que respecta a posibles abusos químicos y sobredosis, aquí, en la patria del botellón, donde un crío de cada cuatro agarra un pedo cada fin de semana, haríamos bien en callarnos la boquita.
Edición especial de la revista Time dedicada a Michael Jackson
Susan Boyle es una joven dama escocesa de 47 años, que se encuentra en el paro y canta en la parroquia católica de su barrio, en una pequeña ciudad, donde además participa en las obras caritativas de la congregación. Tiene ese aspecto de las señoras de cierta edad que uno se encuentra en los pubs tomando pequeños chupitos de gin tonic, una notable papada y cierto aire despreocupado. Susan, que se considera a si misma como "una solterona" y que nunca ha tenido novio, se presentó al concurso de televisión Britain's got talent, un formato de la ITV que se dedica a descubrir nuevos valores de la canción y las artes escénicas. Su ilusión: ser cantante profesional como su admirada Elaine Page, estrella que triunfa en el West End londinense con el musical Los Miserables.
Cuando Susan fue admitida al concurso y salió a escena, el jurado la miraba como una marciana a causa de su aspecto digamos poco formal; el público, directamente, se le choteaba en la cara. Y ella, tan tranquila, comenzó a cantar I dreamed a dream. Pinchar ahora en el vídeo de la audición:
Este vídeo fue visto por más de tres millones de internautas la misma noche que fue colgado en internet. He descubierto a Susan Boyle esta tarde mientras veía el canal internacional de TVE 24 horas y luego he hallado sus materiales en el blog de Clara Llum Ibáñez. Descubrir a Susan ha sido una experiencia emocionante, un ejemplo del que aprender y una muestra de lo que la vida puede ser. El encanto de Susan Boyle es más que una mezcla de autenticidad y contraste entre lo esperado y la realidad. Su enorme atractivo noreside como canta, sino la irradiación de algo muy profundo. Lo que los anticuados llamamos alma.
Web de los fans de Susan Boyle
Estoy viciadísimo con Bonnie Raitt; hace días que no escucho otra cosa. Ahora tengo una duda filosófica muy grave: ya sé que Dios es Diosa, pero no sé si la Diosa es la pelirroja o Aretha Franklin.
Ahí va la tremenda You, con Alison Krauss:
Y la brutal recreación del You've got it, de Roy Orbison: La muerte de Luciano Pavarotti me trae una sensación de déja vu: el fallecimiento prematuro del tenor norteamericano de origen italiano Mario Lanza, en 1959 y a los 38 años. Fue Lanza quien llevó a cabo, a mediados del siglo XX, la gran popularización de la ópera a través de la cultura de masas, y fue el causante de la vocación de la generación de Pavarotti. José Carreras dijo una vez que si era cantante era gracias al ejemplo de Mario Lanza.
Mario Lanza se hizo famosísimo en todo el mundo gracias a la industria cinematográfica de Hollywood cuando protagonizó la película El gran Caruso, en la que el italoamericano encarnaba al tenor Enrico Caruso, muerto en 1921, uno de los primeros cantantes líricos que grabó discos. El gran Caruso consolidó el género de biopic musical pero fue mucho más allá: se estrenó en 1951, precisamente cuando comenzaban a popularizarse los discos microsurco, más sólidos y de mejor calidad reproductora que las placas de 78 rpm que existían entonces. Faltaba muy poco para que el éxito de Elvis Presley impulsara las ventas mundiales del nuevo soporte musical, y la construcción de un ídolo operístico popular mediante el cine sirvió para que los nuevos públicos de la música cuasi pop se incorporasen al mercado discográfico emergente.
La carrera cinematográfica de Mario Lanza apenas sobrevivió a esa gran operación comercial pop; solamente un film rodado en Italia, Las siete colinas de Roma, le recuperó como actor. Era la época en que el cine italiano trataba de hallar artistas que fueran a la vez actores cinematográficos y cantantes, como Renato Rascel, que también participó en aquel film. Pero esa corriente acabó disolviéndose.
La tarea de popularización operística llevada a cabo pot Pavarotti, con Carreras y Plácido Domingo, pues, había sido ensayada antes. Los tres tenores contaron con la ventaja de tener ante si todo un mercado musical experimentado y ahondado durante cuatro décadas, tanto en discos como en conciertos, llevando a los grandes coliseos que fueron abiertos por los supergrupos rock lo más masticable y masticado de cierto repertorio romántico, con espantosos añadidos folklóricos incluídos.
Algunas personas han criticado esa tarea de popularización, arguyendo que equivalía a rebajar el nivel cultural de la ópera. Yo, en cambio, creo que lo que los tres tenores hicieron, sin darse cuenta, fue poner de manifiesto que la ópera no es música clásica, culta, sino pura música pop, la música pop de una época y un mundo, que sobrevive por razones diversas, más allá de su interés estrictamente musical. No popularizaron nada, simplemente sellaron las grietas que existían entre la música pop radiada y los restos dorados de la música pop del siglo XIX.
El triunfo en el cine de Mario Lanza creó, probablemente, vocaciones artísticas. Luciano Pavarotti deja tras de si una caricatura dibujada toscamente por la cultura pop, la del bonachón corpulento y sensible, generoso con todos, romántico y creativo, que no por gigantón deja de tener su corazoncito. Igual que otro personaje pop de la época de Mario Lanza; Goliath, el compañero de El Capitán Trueno. Dejarse engullir por la cultura pop tiene esos riesgos.
Aquí va una demo del instrumento musical Reactable, creado por el grupo de investigación en tecnología musical de la Universitat Pompeu Fabra y que usa la cantante islandesa Björk. Digo lo mismo que dijo ella nada más verlo: ¡Quiero uno igual para mí!
La ùltima en pasar por caja ha sido Laurie Anderson, quien en su visita de hace pocos días a Barcelona se pasó por el laboratorio de la Pompeu a encargar otra virguería de estas.
Para quitarme la caspa de la música "latina" que se escucha por todas partes (quién iba a decirnos que volvería el cha-cha-cha) me enchufo a la inagotable fuente de energía que es la tradición de la Tamla Motown y su música soul de Detroit.
Profesor del Departamento de Periodismo de la Universidad Autónoma de Barcelona. Investigador en internet y sociedad. Periodista desde 1967 en prensa, radio y televisión. Editor del portal informativo Jaraba Internet, www.gabrieljaraba.com
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