Es descorazonador, para cualquier internauta medianito, ver lo mal que los periódicos de papel informan de internet. Los periódicos de papel y sus ediciones digitales, encima. Tratan este campo de la realidad con la actitud del peor periodismo: considerar lo poco conocido (por uno mismo) como una curiosidad, que, cuando adquiere proporciones que escapan a lo que esperábamos, es mostrada como un fenómeno de feria. Los que enseñamos periodismo deberemos reflexionar a fondo sobre la validez de lo inusual como criterio noticioso fundamental, pues aplicado al tratamiento de la información sobre internet en los diarios es, cuando menos, grotesco.
Ayer leímos en papel que Wikipedia no va a permitir editar las páginas dedicadas a personajes vivos, y nos asombramos de ver que, leyendo entre líneas, parecía como si los redactores se sorprendieran de la existencia de editores en la enciclopedia libre. Todas las noticias sobre el tema estaban escritas con un retintín: claro, al final han tenido que poner orden, eso de internet es un desastre, no te puedes fiar de lo que hay en la red... Se remataba la faena mencionando que un vándalo había modificado el artículo dedicado a Carmen Sevilla escribiendo que había fallecido. Ni una sola mención a noticias anteriores que se referían a un artículo de Nature --la mayor revista científica del mundo-- que certificaba que en la Wikipedia no había más errores que en la Enciclopedia Británica.
Todos tranquilos, pues, y a dormir. Esa cosa de internet, que ha hecho millonarios a algunos pillastres, entretiene a nuestros hijos y por lo visto sirve para ligar, sigue siendo un monstruíto en el que nada merece credibilidad. Oh, si, pero...
... al día siguiente, los periódicos de papel publican la noticia de la muerte de Joaquín Ruiz Jíménez. Todos (menos uno) titulan: "Fallece el primer Defensor del Pueblo". ¿Cómo? ¿Ruiz Jiménez, despachado en un titular como "el primer Defensor del Pueblo"? ¿Así, sin más? ¿Es como debe ser identificado ante el público ese personaje? Joaquín Ruiz Jiménez fue un protagonista fundamental en el transcurso del franquismo a la democracia y un político singularísimo que vivió un extraño destino: desde el interior de la dictadura abrió espacios para la libertad, animó y protegió a activistas de la oposición --desde democristianos como él hasta comunistas-- y fue un punto central de referencia para todos quienes deseaban una España democrática.
Joaquín Ruiz Jiménez pasará a la historia por todo menos por haber sido "el primer Defensor del Pueblo". Es comprensible que llegue a las redacciones una nota obituaria emitida por esa institución, y titulada, en ese caso, de esa guisa. También lo es que los despachos de agencia reproduzcan el título a causa de las prisas. Pero lo que no tiene perdón es que un periódico serio --en este caso muchos-- traslade ese titular a sus lectores. Vale que un becario en verano titule así la noticia porque el tiempo pasa y la memoria es corta, pero, ¿no hay jefes de sección, redactores jefes, jefes de edición, en sus cabales, en una, dos, tres o más redacciones? ¿Nadie se da cuenta del ridículo?
En aquel tiempo extraño que fueron los años 60 y 70, una revista sobresalía de todo el panorama publicado: Cuadernos para el diálogo, fundada en 1963, que sufrió, con otro semanario, Triunfo, secuestros y represiones de todo tipo, destinados a acallar las primeras voces libres en la prensa española predemocrática y a atemorizar a quienes la escribían, la leían y la editaban. Cuadernos era editada por Joaquín Ruíz Jiménez, y para quienes la leíamos era una verdadera escuela de democracia. Cuadernos y Triunfo eran las universidades libres que no tuvimos, y para mi, fueron la única. En la España no franquista había lo que los militantes comunistas llamábamos "islas de libertad", y la obra de Joaquín Ruiz Jiménez fue una de ellas. Ruiz Jiménez fue, en ese sentido, educador de toda una generación, ejemplo de que se podía ser conservador, católico, persona de orden, e inequívocamente demócrata, amante de la libertad y luchador porque todos, sobre todo quienes no pensaban como él, pudieran disfrutarla y ejercerla.
Al inicio de la transición, Ruíz Jiménez trató de construir en España una democracia cristiana equivalente a la que existía en Europa. La democracia cristiana fue una fórmula que tuvo el mérito nada desdeñable de recoger los restos de la Alemania derrotada en la segunda guerra mundial y conducirla al liderazgo del continente; fue, con la socialdemocracia, el eje del nacimiento del moderno europeísmo y de la creación de la Comunidad Europea y, tanto bajo su ala más derechista (sumergida ahora en los partidos populares) como de su otra facción más progresista (presente en el partido demócrata italiano) ha sido la expresión política de la democracia liberal, sin la cual podrá haber neoliberalismo pero no democracia.
(Ruego a mis lectores más izquierdistas que, cuando se sientan tentados de aplicar a esta cuestión el vademecum "ideológico" de rigor, se detengan a reflexionar sobre el sentido del secuestro y asesinato de Aldo Moro, orientado a evitar la concreción del "compromiso histórico" entre democristianos y comunistas en un gobierno de centroizquierda en Italia).
Joaquín Ruiz Jiménez se encontraba en las posiciones democristianas más progresistas, y fundo un partido llamado Izquierda Democrática, y además, una coordinadora de fuerzas políticas democristianas en España. Incapacitado para las habilidades de la política democrática de masas, Don Joaquín se halló emparedado no entre dos pillastres sino cuatro: Suárez, González, Guerra y Carrillo, con otros dos pillastrejos, Arzallus y Pujol, entre bambalinas. En unos pocos meses, el país hizo un cambio de era equivalente a décadas, y Ruíz Jiménez quedó fuera de tiempo. Aquel caballero feo, católico y sentimental, como reza la frase hecha, no pegaba ni con cola. Sus amigos le dieron la espalda para acercarse a Adolfo Suárez esperando el mejor momento para apuñalarle. Don Joaquín se retiró con elegancia.
Eso es, precisamente, lo que hace más doloroso el titular que denota la falta de exigencia y de cintura que han revelado, al unísono, esas mismas redacciones que se regodean de que la Wikipedia dé por muerta a Carmen Sevilla. Olvidar que Joaquín Ruíz Jiménez fue quien nos enseñó a todos cómo debía ser el periodismo libre es mucho, muchísimo más gordo. Y explica a las claras que las dificultades que tiene la prensa española para comprender el nuevo escenario comunicacional no radican, precisamente, en cuestiones tecnológicas sino en algo más grave. Desgraciadamente.
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