El tiburón que desde hacía días se paseaba playa de Tarragona arriba, playa de Tarragona abajo, ha sido por fin capturado y trasladado al acuario de Barcelona, donde quedará en observación. El tiburón, que era tiburona, estaba desorientado y no se veía capaz de regresar mar adentro. Durante los pasados días, nutridos grupos de curiosos se acercaron a la orilla para ver al escualo, y la policía local tuvo que prohibir que se acercasen a él. Dos jóvenes checos fueron multados con 400 euros cada uno por no atender la prohibición de bañarse cerca del tiburón.
A este tipo de noticias, antes, los periodistas las llamábamos serpientes de verano. La información aún no estaba globalizada y, a pesar de las agencias de noticias, existían importantes vacíos informativos tanto a ciertas horas del día como en verano. De modo que la aparición fortuíta de una serpiente en medio de una ciudad, cualquier aburrido día de agosto, fue vista un día como una bendición por los periodistas que se las veían y se las deseaban para hallar un titular de portada.
En aquel tiempo, las vacaciones noticiosas comenzaban cuando La Vanguardia sacaba en portada una gran foto en la que se veía una perspectiva de la Diagonal desierta, sin peatones, automóviles ni tranvías. El vacío informativo era llenado por cuasinoticias y croniquillas inanes, y hacía las delicias de los periodistas principiantes, que con la llegada del estío nos hartábamos a publicar y firmar: aún recuerdo la ilusión con que fui a cubrir, un 10 de julio de principios de los 70, la ceremonia de bendición de automóviles que cada año se hacía y se hace en la pequeña iglesia de los santos Just y Pastor, en la calle de Regomir, Barcelona, cumpliendo raudo las órdenes de mi jefe de sección en el Diario de Barcelona, Josep Maria Cadena (hoy conocido como crítico de arte e historiador de la prensa catalana, pero siempre periodista de ojo fino y hombre de una pieza). Yo no era tonto y sabía que el reportaje era una chorrada, pero que tratada adecuadamente podía convertirse en una estampa costumbrista irónica y amable a la vez. Lo que no me imaginaba es que casi 40 años después vería la misma cobertura en los cuadernillos de verano de los diarios de hoy, a todo color y escrita en serio.
Las serpientes de verano eran, pues, anécdotas magnificadas, hechos insólitos a los que se concedía mayor atención de la merecida, episodios de famosos, mentiras inducidas por agentes interesados. Serpiente de verano podía ser el avistamiento de un meteorito, una actriz famosa hospedada en el Ritz o George Harrison actuando con los Beatles en la Monumental llevando puestos los pantalones de Joan Gaspart. La serpiente de verano por antonomasia era el monstruo del lago Ness, aunque nunca el enésimo atún pescado por el Generalísimo Franco desde su yate Azor.
A los tribuletes incipientes, los periodistas veteranos nos miraban con simpatía, pensando que ya creceríamos. Lo que ni unos ni otros sospechábamos entonces es que las serpientes de verano crecerían tanto que ocuparían la mayor parte del espacio informativo. Entonces, el periodismo de sucesos lo hacía el último mono de la redacción, o gente como Enrique Rubio, y sólo se le daba cancha en el semanario El Caso o en la prensa del Movimiento. Ahora, los sucesos abren los informativos de televisión y son el contenido principal de muchos de sus magazines, del mismo modo que la información del corazón se ha trasladado de la prensa especializada al audiovisual. (Claro que los grandes reporteros de la crónica judicial, como José Martí Gómez, ya están jubilados y sustituídos por plumíferos obedientes y no críticos y contestones como aquellos).
En suma: serpiente de verano ya es todo. La popularidad de Beckham le convierte en objetivo de Al Qaeda; la nuera de la Pantoja sale desnuda en Interviu (compartiendo publicación con las fotos policiales de su suegra; pleno al quince); polémica por las vacaciones de Sarkozy en EE UU (a su regreso, el presidente francés propone la castración química para violadores y pederastas);y Natascha Kampusch reaparece en Barcelona para tomar su primer baño de mar, con lo que palidecen las salidas de compras por la ciudad de la esposa de Woody Allen.
Hará bien la tiburona mediterránea en aprovechar su estancia terapeutica en el acuario, donde será tratada a cuerpo de reina hasta que se restablezca y pueda volver a cantar, como Dodó Escolá (¿recuerdan?) "qué feliz es el pez en el agua, qué feliz es el pez en el mar" (el músico cabaretero catalán de los años 50 fue un adelantado a su tiempo: "A una linda foca negra/capturaron a traición/y del Polo la llevaron/hasta el zoo en avión" cantaba en aquella canción que se llamó Las focas del pla-pla-pla). Hoy, los tiburones verdaderamente peligrosos han cubierto de cemento el litoral de su mar y convertido España en el principal punto de blanqueo del dinero procedente del tráfico de cocaína. Pero de eso no conocemos detalles por la prensa, ya que estamos felices por saber que a Natasha el baño le sentó de maravilla.
Por cierto, aquellos misteriosos meteoritos de hielo que caían desde el cielo en diversos puntos de España, hace tres o cuatro veranos, eran caca procedente de los retretes de los aviones, vaciados en pleno vuelo. Lo que no sabemos era cuál era la misteriosa ave que sobrevolaba de noche Barcelona, ni la condición ectoplásmica del fantasma del Eixample.
ACTUALIZACIÓN. El tiburón ha muerto; tenía un anzuelo clavado en el esófago e igualmente hubiera perecido en el mar.
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